Volantazo

La política exterior es política de Estado y como tal debe consensuarse con la oposición democrática. No debe ser decisión de un partido.
España perdió el Sáhara en 1975 por la cobardía e ineptitud de las autoridades de la época, y por la hábil e imaginativa diplomacia marroquí.
Si faltaba algo que agravara la débil e inestable posición de España con Marruecos, fue la torpe actuación de la ministra González Laya, cuando autorizó la hospitalización en Logroño del líder saharaui Ibrahim Gali. Y con identidad falsa. Torpeza sobre torpeza.
La inesperada decisión de Sánchez sobre el Sáhara, siendo cuestión de Estado ha sido efectuada con absoluta opacidad, sin consultar a la oposición ni al Parlamento, demostración palmaria de su personalidad cesarista.
La decisión se ha conocido porque el Gabinete de Mohamed VI ha publicado parcialmente una carta en la que Sánchez reconoce ‘de facto’ la soberanía marroquí sobre el Sáhara, lo que supone un giro revolucionario en la política exterior española mantenida desde hace más de cuatro décadas.
Este arriesgado paso puede convertir el triángulo Marruecos-Argelia-España en un avispero internacional. La apuesta unilateral de Sánchez es elevadísima: nos jugamos la soberanía sobre Ceuta, Melilla, los territorios adyacentes, y las mismas Islas Canarias.
El citado tablero geopolítico ha entrado en una situación de vértigo en virtud de la temeraria decisión personal de Sánchez, no consultada ni apoyada por nadie.
Hace más de un año que un tremendo error del Gobierno provocó una fuerte crisis diplomática con Marruecos, con retirada de su embajadora, y con actos y gestos del país magrebí nada amistosos, convertidos en puro chantaje hacia España.
La carencia de una política geoestratégica inteligente y firme por parte de España y el anti-atlantismo adolescente de este Gobierno, han ocasionado que Marruecos nos haya suplantado como socio preferente de los norteamericanos, y haya construido una fuerte alianza con ellos.
Por añadidura, Marruecos está reactivando su economía en las zonas limítrofes con Ceuta y Melilla; está extendiendo su mar territorial y zona económica hasta las mismas costas canarias, concediendo incluso permisos de exploración y explotación sin que España haya reaccionado ante estos graves hechos consumados. El resultado es la asfixia económica y el aislamiento que padecen hoy nuestras dos ciudades, con fronteras y aduanas cerradas, y con el acoso migratorio que se ejerce sobre ellas y las Canarias.
La precipitada decisión de Sánchez corre el riesgo de convertirse en un monumental error estratégico que perjudicaría materias tan sensibles como la seguridad nacional y la soberanía e integridad territorial de España.
Había un problema con Marruecos y ahora tenemos otro con Argelia.
Y una pregunta importante: ¿qué garantías hemos recibido de respeto a nuestra integridad territorial?
La epiléptica carta de Sánchez huele a cesión, a entreguismo.