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Un país desquiciado

       Teníamos la mosca detrás de la oreja. Habíamos oído y leído que España experimenta, cíclicamente, épocas en las que entra en un tiempo de autodestrucción, sin que se sepa a ciencia cierta la causa.

        Pero es verdad. Los españoles, sin necesidad de nada ni de nadie, adoptamos, periódicamente, comportamientos que nos hacen perder el tren de la prosperidad, del avance y del progreso.

        Desde hace una década, en España coinciden circunstancias y avatares político-sociales que nos hunden en la melancolía, la negatividad, la tensión y la  discordia. Particularmente en el ámbito político. De tal manera que hoy se habla sin empacho de que España puede ser un Estado fallido, como afirma recientemente el economista alemán profesor Sell, en el diario suizo más influyente, el “Neue Zürcher Zeitung”.

       De la misma opinión es el articulista del “Frankfurter Allgemeine Zeitung”, Hans-Christian Röshler, para quien la segunda ola del coronavirus pone de manifiesto el fracaso español, debido a que no hay consenso alguno entre los partidos políticos, los dirigentes no están a la altura de la crisis sanitaria, los grupos políticos chocan de manera irreconciliable, falta una estrategia nacional, un mensaje claro y común, terminando por afirmar algo que sabíamos: faltan líderes que unan al país.

       Por tanto, presentamos ante el mundo un país desunido, polarizado, lleno de intransigencia, de crispación. Un país débil y debilitado, bloqueado por conflictos aún no resueltos, siendo esto último absolutamente cierto y sangrante. Lo prueba que hasta nuestro himno nacional carece de letra, y cuando se interpreta se considera un acto partidista; en concreto, de ‘la derechona’.

        Y es que los españoles carecemos de patriotismo. No hemos asimilado nuestros símbolos comunes. Desconocemos la Constitución y son contadas las ocasiones en que se usa la palabra ‘nación’ en referencia al conjunto de los españoles. Como ‘compatriota’, otra palabra desaparecida.

       Con un país así, todo hace aguas. Por ejemplo, las Autonomías territoriales, respuesta de la Transición al problema de los nacionalismos periféricos, y ya sabemos de la deslealtad que se gastan,comola insurrección catalana del otoño del 2017. Y el País Vasco, Galicia Navarra y Baleares van por ese mismo preocupante camino, expulsando la lengua castellana de la vida oficial. Sí, los españoles nos autodestruimos periódicamente. Se diría que nos hartamos de disfrutar épocas de progreso y bienestar, como la gozada hasta la crisis de 2008.

       Cansados de monotonía, de normalidad democrática, pareciere que necesitamos desenterrar el hacha de la discordia, el conflicto y la confrontación entre compatriotas. Sobre todo con pendencias del pasado, como ocurre con la Guerra Civil.

        Y como padecemos de un complejo de inmadurez política, echamos mano del frentismo y la irresponsabilidad como la “memoria democrática”.

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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