Tocando fondo

Les confieso el esfuerzo y calentamiento de sesera que me ha supuesto escoger el título de este modesto escrito con el fin de que reflejara el inquietante y proceloso momento que atraviesa nuestra singular y atribulada democracia, y no resultara histriónico o excéntrico.
Con la misma sinceridad expresada, me hubiera gustado titular esta tribuna algo así como “El empastre democrático español”, pero dudo de que los actuales ciudadanos, que me hacen el honor de leerme, sepan a ciencia cierta -y fácilmente- el significado de la palabra valenciana “empastre”.
Algunos, que indudablemente peinan canas, recordarán que era el nombre de un centenario espectáculo cómico-taurino y musical que obtuvo gran éxito en las plazas de toros españolas, festejo que ha sobrevivido hasta tiempos cercanos. Era una sucesión de sorprendentes e inesperados “números”, a cuál más disparatado, frente a un astado que embestía con tal fortuna que no lograba abatir al ágil “torero” porque éste saltaba a tiempo y eludía la certera cornada, provocando la algarabía y aplausos del “respetable”, que llenaba la plaza y se enardecía con la música.
Sí, amigos, la hora actual de nuestro sistema político -la democracia de la Constitución de 1978- está atravesando un tiempo ciertamente nada brillante ni satisfactorio, más bien oscuro y ramplón, próximo al nivel tabernario. La clase política actual, por lo común, ha degenerado en su valía intelectual, y el producto que destila, la política del momento, es, por lo general, de la misma calidad: populista, alicorta y borona.
Hemos llegado a un punto tan bajo del debate político que deja helados a aquellos ciudadanos que, como el que suscribe, tenían en alta consideración a la “res pública”, a las magistraturas institucionales del Estado, y el debido respeto a los poderes y cargos públicos al representar éstos a la ciudadanía y venir revestidos de atribuciones y potestades públicas por ministerio de la Ley. En efecto, está en entredicho la dignidad y consideración de los cargos públicos. Ellos son los primeros que no se respetan entre sí, ni adoptan, por lo común, conductas ejemplares ante los electores. Tremendo: tenemos que reconocer amargamente que se ha degradado la vida pública española. El pueblo comienza, desorientado y confuso, a renegar de sus representantes y, aquí está el peligro, a considerarlos a todos “iguales” (‘vox populi’).
Y razón no le falta al soberano. Desde 2015 el pueblo contempla con estupor, indignación y cansancio el bochornoso espectáculo según el cual ningún político se pone de acuerdo con nadie, todo el mundo niega su voto al adversario, mejor, enemigo. Nadie llega a pactos, a acuerdos o a consensuar un programa político en beneficio del interés general (art. 103.1 CE). El ‘patio’ político remeda un gallinero en el que nadie reconoce a nadie y todos se oponen a todo.
La eclosión del multipartidismo y la muerte y entierro del bipartidismo (¿definitivo?) se celebró con banda de música, “mascletáes” y “marjorettes” en 2016, y bien entrado 2017. Fueron meses perdidos para la economía y la política de España. Dimos el campanazo ante Europa y el mundo: los españoles no encuentran terreno de entendimiento ni Gobierno que les rija. La prensa internacional empezó a compararnos con un extraño y poco recomendable país, dividido entre valones y flamencos, al que le había costado más de quinientos días formar Gobierno: Bélgica.
Hoy España prosigue el zigzagueante camino de una democracia formal que ha llegado al punto de parálisis, de obstrucción, de atascamiento democrático, trufado de intolerancia y sectarismo que cultivan los partidos políticos en diferente grado. La partitocracia española ha llegado al esperpento, al espectáculo circense (con perdón), al insulto grueso, al ‘empastre’ del “Bombero torero” si se me permite. Los hechos son tozudos e indiscutibles: Sánchez gana en Junio de 2018 una moción de censura con los increíbles votos de los enemigos del Estado (populistas, separatistas y herederos de ETA).
Su (des)gobierno avanza a golpe de Decretos-Leyes, puenteando así al Parlamento. Fracasa en la aprobación de los Presupuestos del Estado. Insostenible. Convoca elecciones generales para el 28 de Abril. El número de diputados obtenidos (123) no le permite una Legislatura estable. Entabla conversaciones con los anticonstitucionalistas y “plurinacionales” de ‘Podemos’, que exigen integrarse (¡horror!) en el Gobierno de la Nación. Mientras, la España autonómica procura constituirse trabajosamente, dejándose la piel en el empeño. A estas alturas, todavía hay algunos Gobiernos autonómicos en funciones, como el de Pedro Sánchez.
El asunto de Navarra, por otra parte, electriza a cualquier observador sensato que conozca la Historia y la denodada pretensión del nacionalismo vasco por hacerse del viejo Reino de las cadenas. Aunque es duro, el Partido Socialista de Navarra ha cerrado un acuerdo con ‘Geroa Bai’, Podemos e Izquierda Unida en espera de la abstención “salvadora” de ‘Bildu’. Y fracasada la investidura, se perfilan ¡unas segundas elecciones generales!… Tocamos fondo.