Terroristas vs. personas
En el Derecho Romano no todo hombre gozaba del reconocimiento de la condición de persona; así, los esclavos no eran sujetos de derecho, sino objetos susceptibles del comercio ordinario, ajenos a las garantías recogidas en los textos legales para todos aquellos que eran acreedores del status civitatis. Semejante teoría, que hoy se nos antojaría a botepronto una locura, sin embargo, como a continuación veremos, hoy puede tener plena vigencia a la hora de decidir, en demanda de la seguridad y de la defensa de valores esenciales para nuestra sociedad, si debe de aplicarse un sistema normativo convencional o excepcional a determinados fenómenos como el terrorismo.
En 1.985 el jurista alemán Günther Jakobs lanzó su teoría sobre el Derecho penal del enemigo, denunciando que algunas legislaciones contenían sanciones de conductas, aún sin verse afectado el bien jurídico. En definitiva, la aplicación con carácter preventivo, de un derecho penal que a todas luces parecería contrario a la esencia de los estados de derecho, por atacar bienes jurídicos esenciales en toda democracia, como lo es sin duda la libertad del individuo. A título de ejemplo se me ocurre pensar en aquella norma aprobada en Agosto de 1.933 por el gobierno azañista, -gobierno tan sugestivo para la izquierda española-, la conocida Ley de vagos y maleantes, cariñosamente llamada La gandula, que sancionaba la mera conducta de vagabundos, proxenetas, nómadas y demás elementos consideraros antisociales, mantenida con posterioridad por el franquismo. Ese carácter preventivo del derecho penal, sería despreciable para cualquier conciencia democrática y contrario a un sistema legislativo respetuoso con unas garantías mínimas.
Sin embargo, los atentados del 11 de Septiembre, que cambiaron radicalmente tantas cosas en nuestra forma de pensar y actuar, también alteraron sustancialmente las ideas del propio Jakobs, pues su teoría del Derecho penal del enemigo que hasta entonces contenía un elemento indeseable, denunciado por el propio creador de la teoría, pasó a tener un componente de necesaria aplicación. Jakobs, dando un giro de ciento ochenta grados a su teoría, comenzó a defender la necesidad de que los ciudadanos obtuviesen un canon de seguridad, frente a aquellos individuos de los que no cabe esperar expectativas cognitivas, es decir, frente a aquellos sujetos irrecuperables que solo pretenden destruir el sistema de libertades. Para ello habría que crear dos sistemas jurídicos no compartimentables: uno, el de los ciudadanos; otro, el de los enemigos de estado de derecho. A estos últimos no se les puede tratar como personas, los terroristas no pueden ser considerados como tales, si lo que se quiere es mantener la seguridad y el vigente ordenamiento jurídico. Sencillamente hay que extirparlos sin más, como si de un tejido cancerígeno se tratase. No se le puede dar cuartel a quien pretende hacer saltar por los aires nuestro sistema democrático, nuestra sociedad moderna, que, con todos sus defectos, no tiene competencia que la mejore como modelo. Naturalmente todas estas afirmaciones levantan sarpullidos en los hipergarantistas, que de seguro, por supuesto, no estarían dispuestos a poner su cuello en manos de los yihadistas de Estado Islámico, pero que desde la distancia, fácilmente encuentran siempre culpables del estado de cosas actual, incluso una repugnante comprensión, en nombre de un idealizado modelo intercultural. Al final, Aznar y Bush terminan siendo los culpables de que Estado Islámico se dedique a cortarle la cabeza a niños cristianos y de otras minorías étnicas, para escarmiento y terror de los habitantes de los territorios que ocupan. Y con la misma destreza que se lanzan tales silogismos, se apoya por ejemplo que los musulmanes tengan derecho a su mihrab en la Iglesia Catedral de Córdoba, antigua mezquita. Hoy por hoy, la infiltración de modelos indeseables, encuentran un fiel aliado, comprensión, en ese sector de la izquierda, -en la derecha normalmente encuentran la pasividad, no sea haya que tacharla de xenofóbica-, siempre presto a defender la bobalicona idea de que todas las culturas y religiones son respetables. Incluso aquellas en las que, en su nombre, se cuelgan a los homosexuales de grúas. Verbi gratia el fenómeno “Podemos” tan estrechamente hermanado con la República Islámica de Irán de donde recaba financiación, siniestro lugar donde la grúas no descansan.
Aún por repugnantes, semejantes conclusiones de nuestra progresía multicultural, no carecen de toda la razón. Conocida es aquella frase atribuida al presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt (aunque la autoría lo fue de su secretario de estado Cordell Hull), cuando afirmó refiriéndose al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, “puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Cuando Occidente defenestró a Sadam Husein y al coronel Gadafi, sencillamente se pegó un tiro en el pie, como los hechos están demostrando. La seráfica idea de liquidar a Bashar al-Asad seguramente no llegará a consumarse, después de que de un tiempo a esta parte nos almorcemos cada día las noticias del genocidio que está protagonizando el yihadismo opositor al dictador sirio. Aunque por poco, pues su derrocamiento estaba en marcha. Sencillamente es una locura arrancar el matorral que contiene la erosión del terreno. Ese torrente imparable, que hoy por hoy constituye la mayor amenaza que Occidente ha sufrido desde los años del nazismo. Al-Asad es la única garantía, por ejemplo, de que los cristianos de la región y otras minorías étnicas y religiosas, no acaben pasivamente protagonizando un genocidio. Como Mohamed VI lo es de que las banderas negras no ondeen algún día en las azoteas del reino alauita.
El teocentrismo pervierte cualquier intento de democratizar una sociedad. Y eso es, hoy por hoy el Islam, todo un sistema teocrático que pretende acaparar todas las esferas de la sociedad, desde el derecho hasta la educación, desde los hábitos sociales hasta el respeto por la libertad individual. El Cristianismo protagonizó su propia revolución interior, abrazando el Humanismo, lo que ha permitido que los sistemas democráticos no solo se vean desprovistos de la rémora teocrática, sino que se vean positivamente impregnando de valores tales como la caridad, la justicia social, o la igualdad. Es por ello que en los países musulmanes resulta inviable una democracia al uso, a excepción hecha, dirán algunos, de Turquía. Pero precisamente porque el fundador de la Turquía moderna Kemal Atatürk se empeñó ferozmente en imponer el laicismo como forma de estado, hoy por cierto puesta en cuarentena por el presidente Erdogan. En cuanto hay unas elecciones democráticas, cualquier país musulmán otorgará la victoria al liberticida movimiento confesional al uso, que se encargará de desmontar el sistema democrático que legitima su poder, o la fragmentación tribal hará de las suyas, cuando no la guerra fratricida que supone la lucha entre suníes y chiíes. Así que ante este panorama, parece un mal inevitable que sátrapas sin escrúpulos guíen los destinos de estas naciones, pues la alternativa es la barbarie y el medievo. La alternativa es ver a un animal alzar su cuchillo en los telediarios lanzando proclamas y amenazas, momentos antes de rebanarle el cuello a un desdichado periodista. Así que cuando veas las barbas de tu vecino cortar, seguramente será oportuno pegarle un repaso a los estudios de Jakobs.