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Shock

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José J. Jiménez Sánchez (*)

Se afirma en medicina que sufrimos un fallo multiorgánico cuando nuestro organismo padece una insuficiencia grave en más de un órgano considerado como vital, sea el cerebro, el corazón o el hígado entre otros. Normalmente se produce en pacientes ingresados por enfermedad muy grave en la unidad de cuidados intensivos. Si bien el fallo multiorgánico no es necesariamente irreversible, es cierto que registra una alta mortalidad, por lo que se requiere un tratamiento intensivo y muy exigente.

Kant decía en la Crítica del Juicio que de manera análoga a los organismos vivos que podemos encontrar en la naturaleza, cuando un pueblo se transforma en un Estado, se puede utilizar la palabra organización para designar todo el cuerpo del Estado, en la medida en que cada miembro no sólo es medio, sino también fin, pues contribuye a la realización del todo en que el Estado consiste, de modo que aquél debe determinarse por medio del todo, según su posición y función. También decía que en la idea de organización quedaba reflejada muy bien la institucionalización de las diferentes magistraturas de todo el cuerpo del Estado.

Si fuésemos capaces de traducir estas ideas de Kant a nuestro tiempo, podríamos comprender dos cosas. Primero, el Estado se asienta sobre una idea de pueblo como voluntad general, es decir, como un todo, que se determina por medio de las decisiones que adoptan los ciudadanos en tanto que miembros de ese todo bajo el ejercicio de la regla de la mayoría. Segundo, ese Estado se asienta, esencialmente, sobre el ejercicio de dos facultades, voluntad y discernimiento. La voluntad expresa la fuerza y es propia tanto del ejecutivo como del legislativo. El discernimiento lo hace con el juicio que define el trabajo del poder judicial.

Si nuestro Estado fuese tal y como de manera muy concreta se ha resumido, tendríamos que entender que su vida habría de depender tanto de lo que hiciesen sus ciudadanos, como del correcto funcionamiento de sus facultades. Sobre esto último no hace falta decir mucho, vemos cada día que nuestra autoridades no ejercen sus funciones como debieran. Cuando un parlamento autonómico defiende posiciones contrarias a la legalidad constitucional, cuando un alcalde enarbola una bandera que no es la constitucional y cuando la policía confunde su horario con el del lechero, entre otros disparates, poco hay que decir, sólo que estas autoridades debieran cursar algunos estudios que les permitieran alcanzar la luces de que carecen en el ejercicio de sus cargos.

En relación con la primera cuestión, el correcto papel que han de desempeñar los ciudadanos en un Estado democrático, se dice menos, y creo que es sobre la que más habría que incidir, pues los errores que cometen nuestros políticos se deben en gran medida a la facilidad del respaldo que encuentran en la misma ciudadanía. Un Estado democrático no es simplemente, tal y como mucha gente cree, el que se asienta sobre las decisiones de la mayoría. En realidad, eso constituiría sólo la dictadura de la mayoría, lo que habría que evitar por medio de la institucionalización de la división de poderes, tal y como hemos dicho, pero también por la asunción de responsabilidades por parte de la propia ciudadanía. Al final de sus días, Hegel escribió sobre el papel determinante que las decisiones mayoritarias jugarían en el futuro y no parece que se equivocara. Por eso insistió en subrayar que las decisiones que adoptamos dependen de nuestra voluntad interna y ésta no dejará de ser irracional, por particular, sino en la medida en que sea capaz de mediarse correctamente con el interés general.

Sin embargo, cuando uno observa la facilidad con la que se sale a la calle para reivindicar una nueva república, bálsamo de fierabrás, sin entender que no hay bálsamo que cure nuestra incontinencia, sino sólo la ajustada comprensión de lo que significa una democracia constitucional; cuando se oye cómo nutre la conciencia colectiva la perversa llamada a la independencia, en unos casos, o a la activación del poder constituyente, en otros, sin que se entienda que las mismas supondrían la quiebra injustificada y sin sentido alguno en nuestro tiempo de nuestro sistema jurídico-político; cuando uno ve todo esto a su alrededor, parecería evidente concluir que o ponemos remedio de manera urgente o terminaremos por entrar irremediablemente en un estado político de shock.

(*) Firman también este artículo los miembros de la Junta Directiva del FORO PARA LA CONCORDIA CIVIL. Granada.

Autor del artículo: José Joaquín Jiménez Sánchez

Doctor en Derecho y profesor titular de Filosofía del Derecho, UGR. Socio fundador del Foro para la Concordia Civil.

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