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Sánchez, el funambulista

“En el ‘ego’ de los políticos, la ambición, el deseo de poder, son móviles poderosísimos. No hay nada ilegítimo en ello. Si no existieran en ellos, no harían política. Pero el ‘ego’ ha de tener sus límites” (Víctor Alba, “Los sepultureros de la República”, 1977).

Foto: Filckr

El ingenio popular acostumbra a poner sobrenombres a los políticos cuando su personalidad destaca por alguna   razón específica. Así, a Néstor Kirchner le llamaban “el Pingüino”; a Margaret Thatcher, “la Dama de Hierro”; a Vladimir Putin, “el Zar”; a Berlusconi, “il Cavaliere”, y a Pablo Iglesias, “el Lenin de la Complutense”. En mi opinión, el actual presidente del Gobierno reúne méritos sobrados para recibir el apodo de “el funambulista”. Creo que le cuadra perfectamente. Veamos.

El primer paso es acudir al diccionario. Ahí encontramos que funambulista es el “acróbata que hace ejercicios sobre la cuerda o el alambre”. Por extensión, el funambulismo es la “habilidad para desenvolverse en situaciones difíciles, entre tendencias u opiniones opuestas”. Si analizamos atentamente las distintas peripecias y variados episodios políticos que Sánchez ha sorteado concluiremos que nuestro ilustre personaje es todo un consagrado funambulista, un experimentado acróbata de la política, y con tal sobrenombre debe pasar a los anales de la Historia.

Para fundamentar nuestra propuesta pasemos a hacer la “lectio” en defensa de la consagración de Sánchez como “el funambulista”. Comencemos por recordar su expulsión de la Secretaría general del PSOE, y su renuncia a ser diputado. Quedó como puro militante raso, sin más. En términos políticos, todo el mundo lo dio por muerto. Sin embargo, tomó su coche, dio la vuelta a la Piel de toro (aunque sin vestirse de luces) y en buena lid ganó de nuevo la Secretaría general, y de ahí a aspirante a La Moncloa. En el camino patentó la frase “No es no”, figurante en el Libro de oro de las ocurrencias vacuas.

Cuando nadie lo esperaba (Rajoy, menos) logró poner de acuerdo a tirios y troyanos, a próximos y lejanos, y asombrosamente sumó los votos suficientes para ganar una increíble moción de censura contra don Mariano. ¡Sólo con proponérselo! Fue difícil, pero lo consiguió: puso de acuerdo a ERC, PdeCat, PNV, Unidos Podemos, Compromís, Nueva Canarias y Bildu. ¡Todo impecablemente democrático… pero sin urnas! ¡Menuda pirueta!

Una nueva aventura circense a la vista es la exhumación de los restos de Francisco Franco. Carnaza para las fieras. Ningún consenso ni conversaciones multilaterales previas. Por Decreto-Ley.

Y ya que hablamos de esta norma excepcional (así era en otro tiempo), don Pedro lleva promulgados una treintena ¡en siete meses! Buena marca. Ahí es nada, capear el temporal -su convalidación- en el Congreso cuando tanto reptil hay en el hemiciclo. Con habilidad, con lujo de hipotecas y promesas, esos Decretos-leyes son otros tantos saltos mortales a los que el presidente sobrevive. Por cierto, tanto como reivindica la memoria histórica (revanchismo histórico, mejor) y la etapa de la Segunda República (ignoro qué mérito le ha visto), Pedro debe saber que en ella no podría gobernar por Decreto-Ley, como acostumbra. El artículo 80 de la Constitución de 1931 se lo impediría. De estar vigente este precepto, sólo “en casos excepcionales que requieran urgente decisión o defensa de la República”, y “cuando no se halle reunido el Congreso”, el Presidente del Gobierno, “con la aprobación de los dos tercios de la Diputación Permanente, podrá estatuir por Decreto sobre materias reservadas a la competencia de las Cortes”. En cambio, el artículo 86 de nuestra denostada Constitución es mucho más permisivo. Gracias a él, don Pedro sigue cabalgando.

Pero la apasionante vida política del señor Sánchez ofrece nuevos capítulos de contorsionismo político que le acreditan para recibir el apodo sugerido. Recientemente, mientras Sánchez visitaba al régimen castrista (sin recibir a la oposición), Teresa May hacía de las suyas en Bruselas y arrebataba a España el veto sobre Gibraltar en los futuros acuerdos entre el Reino Unido y la UE. Sin embargo, Sánchez, superándose a sí mismo, le dio la vuelta a lo que algunos consideramos un negligente fracaso de la diplomacia española. En una solemne -y mentirosa- comparecencia, “vendió” que sus gestiones habían blindado de españolidad a la colonia británica. Esto es habilidad. Sin poner un pie en Bruselas. Atravesando el Atlántico.

Su lista de “méritos” es extensa. Empero, por el limitado espacio del que dispone esta “lectio”, debemos ir concluyendo. No obstante, es imprescindible referirnos a un nuevo acontecimiento y su peculiar forma de resolverlo, lo que merecidamente consagra al doctor Sánchez como “el funambulista”. Se trata del esperpéntico (y costoso, en todos los sentidos) Consejo de Ministros reunido en el barcelonés palacio de Pedralbes. La montaña parió un ratón: rebautizar un aeropuerto y proclamar el anunciado aumento del SMI a 900 euros.

Pero donde la destreza acrobática del doctor Sánchez se descubre es en el zaíno comunicado tras la ignominiosa reunión con Torra. Acepta Sánchez la existencia de un conflicto (?) y ¡omite! que su solución ha de hacerse en el marco… de la Constitución. Lo dicho: Sánchez, el funambulista.

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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