Retrato político de un instante

Los observadores y analistas de la ‘res publica’ tendemos a cargar las tintas sobre cada período histórico, resaltando la importancia de sus acontecimientos más peculiares. Sin embargo, creo que no exageramos ni dramatizamos si llamamos la atención sobre el delicado momento por el que atraviesa la política española y su corolario, la gobernación del Estado.
Hemos entrado en un tiempo histórico en el que se está formando una perfecta -y peligrosa- tormenta política. Estamos incursos en una duradera y profunda crisis política e institucional a la que se suman importantes desequilibrios sociales y económicos, y el rebrote de ideologías que creíamos periclitadas, como el totalitarismo, con sus hijuelas del comunismo y el fascismo. A estas crisis ha venido a añadirse una dramática y cruel pandemia vírica que amenaza con llevarse por delante la prosperidad y la estabilidad social, de las que depende el libre y pacífico ejercicio de nuestros derechos.
No sabemos por qué malvado designio España reaparece hoy en el ojo del huracán tras haber transitado por cuatro décadas de laboriosidad, progreso y bienestar, propiciado todo ello por el debido respeto al Estado democrático de Derecho y sus principios. Es decir: respeto al marco constitucional, a la Ley, a la división de poderes, a las libertades, a la moderación y al juego de partidos integrados en el sistema, sin que circulara por el torrente sanguíneo de éste ningún elemento tóxico que lo envenenara.
Hoy ya no es así. Tal vez porque estamos alumbrando un nuevo tiempo, que es lo que conforma una crisis, en España el escenario político actual es bien distinto de los últimos cuarenta años. Desde 2014 aparecen nuevos partidos que arrinconan el bipartidismo imperfecto que venía turnándose en el timón del Estado.
Desde esta perspectiva, destaca la aparición del partido de los “indignados”, Podemos, surgido del odio y la revancha sociales, antisistema, neocomunista, con liderazgo leninista, y que, por expresa invitación del representante de un nuevo socialismo, radical y sin escrúpulos, el “sanchismo”, logra entrar en el Gobierno de España y condicionar la dirección política de éste a peor. Desde ese momento, Podemos pone en circulación por el torrente sanguíneo del sistema político español su tóxica “aportación”: antimonarquismo, anticapitalismo, autodeterminación territorial, colectivismo, debilitamiento de la propiedad privada, economía planificada, ideología de género, demagogia, restricción de las libertades… Todo ello con el beneplácito, silencio y pasividad del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el insomne.
Otro elemento del cambio político radica en el campo del PSOE actual, en manos (férreas) de Sánchez. La crítica o la oposición internas han desaparecido. Mejor dicho: Sánchez las ha barrido. Estamos ante un líder, sedicente socialista, que ha demostrado en su convulsa trayectoria partidaria -y en sus dos agitados años de ¿gobierno?- que ningún escrúpulo moral o ético es impedimento para alcanzar el poder, para presidir el Consejo de Ministros. Ahí están para la Historia sus pactos con Iglesias, Junqueras, Otegi… hasta con VOX (Decreto-Ley de los fondos europeos). No tiene límite ni frontera.
Si lo anterior es grave, como escenario de desestabilización, no lo es menos la acometida que Pedro Sánchez está llevando a cabo -con su socio podemita y demás “voluntarios” de la mayoría Frankenstein– contra el sistema de 1978. En efecto, está desmontando la Constitución, acosando a la Monarquía parlamentaria, transfigurando el Estado de las Autonomías (acepta una ‘Mesa de diálogo’; se desliza hacia la confederación junto a Podemos; se levantan fronteras lingüísticas, educativas…) y quebrando el Estado social de Derecho (economía, relaciones laborales, pensiones, seguridad social…).
Lejos de cultivar el buen modelo de democracia parlamentaria recibida de los padres fundadores de 1978, la coalición socialcomunista ha emprendido el camino de su voladura soterrada mediante sinuosas y veladas transformaciones legales y orgánicas, con laminación del más notable requisito de los sistemas democráticos que es la existencia de pesas y contrapesos, con lo que Sánchez elude los controles al poder. Buena prueba de ello es cuanto afirma el reciente dictamen 783/2020 del Consejo de Estado recaído en el análisis del Real Decreto-Ley 36/2020, sobre los fondos europeos. En el dictamen citado, el supremo órgano consultivo censura al Gobierno la supresión de controles y la ‘flexibilización’ de las garantías jurídicas en la aplicación de las medidas a ejecutar. Pareciere que Pedro Sánchez quiere gobernar con manos libres, sin ataduras ni contrapesos. Cualquier freno o límite, jurídico o político, es salvado por este desaprensivo gobernante.
Desde su llegada al Gobierno, el frentismo que la coalición ha instaurado en su acción, más la complicidad o encubrimiento de una parte de aquél con los graves disturbios urbanos de Cataluña, ha recreado una atmósfera tensa de crispación que envenena la convivencia y no debe durar un día más. Es una constante histórica que la búsqueda desnortada de una sociedad idílica conduce a lo peor.