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¿Qué es el sanchismo?

Sánchez en la presentación de su libro/Foto: Gtres.

El socialismo reformista o socialdemocracia es una ideología que lleva lustros arrastrando una abierta crisis, en Europa y también en España. Circunscribiremos la reflexión principalmente al ámbito español.

Al terminar la 2ª Guerra Mundial el comunismo dominaba buena parte de Europa, la Europa capitaneada por la URSS. Fue entonces cuando, como contrapeso, el socialismo o, por mejor decir, la socialdemocracia, conoce una etapa esplendorosa al asumir, en los países libres de la garra soviética, el papel histórico de poner en práctica benéficas medidas sociales y proteger a las clases más desfavorecidas con políticas de desarrollo económico y prestación de servicios públicos. Las políticas del “Welfare State” (Estado del Bienestar) o de la “procura asistencial” (Heller, Böckenförde, Häberle, Forsthoff) se reconocieron como “función del Estado más allá del Estado de Derecho burgués, dando paso al Estado intervencionista contra la desigualdad social, para que la igualdad jurídica y la libertad individual, incluidas las garantías del Estado de Derecho, no se conviertan en una fórmula vacía para un número de ciudadanos cada vez más amplio” (Villacorta Mancebo, 2006).

Lo que la socialdemocracia operó fue la instauración del llamado Estado social, que nuestra Constitución (artículos 1.1., 9.2 y 31.2), así como la jurisprudencia del Tribunal Constitucional (STC 76/1990), han acogido plenamente.

Sin embargo, desde la caída del Muro de Berlín (1989), pareciere que la socialdemocracia haya agotado su histórica y útil misión. La citada ideología está padeciendo una crisis que le obliga a replegarse sin que hasta el momento haya despertado de su letargo. A dicha situación de decadencia ha contribuido el hecho sintomático de que la derecha europea (por tanto, también la española) ha asumido en su programa muchas de las políticas y orientaciones sociales que antaño desempeñaba casi en exclusiva la socialdemocracia.

Lo anterior explica el viraje dado en España por el PSOE en su XXVIII Congreso (mayo 1979), cuando Felipe González, a la sazón secretario general, propone retirar la definición oficial marxista del partido con aquella célebre frase “Hay que ser socialistas antes que marxistas”. Reorientación nueva y valiente del partido que demostró el fuerte y decidido liderazgo del socialista sevillano, que supo ver anticipadamente el ocaso de la doctrina marxista,  aunque ello a él le supusiera cuatro meses de travesía del desierto para volver victorioso en septiembre, y recuperar su cargo.

El sesgo ideológico dado por González a su partido supuso, hasta los primeros años de la presente centuria, una interesante renovación y puesta al día programática del PSOE. Inesperadamente, en marzo de 2004, accede al Gobierno un político llamado José Luis Rodríguez Zapatero. Este singular socialista rompe con la trayectoria rectilínea conocida del socialismo de la Transición, aquel socialismo que cultivó el entendimiento, el consenso, la concordia constitucional; el socialismo que miraba al futuro y defendía la cohesión social.

Rodríguez Zapatero olvida todo esto y emprende políticas que conducen a tensionar a la sociedad española, a polarizarla; a dividirla otra vez con aquello de las izquierdas y las derechas. Para él la Transición fue una claudicación de ‘los buenos’ y, por ello, emprende su particular ajuste de cuentas: la IIª República vive y es la fuente legitimadora de la actual gobernanza de España. Zapatero omite el papel histórico de su partido en la Transición. A tal efecto incurre en un burdo revisionismo de la Historia desde la implantación del régimen republicano de 1931 a 1978, año de la aprobación de la Constitución de la concordia. Su impronta republicana y “roja” se trasluce en la Ley 52/2007, de Memoria Histórica, una Ley que desde su aprobación alimenta la discordia y la división. Zapatero reescribe la Historia. Alienta el aislamiento al PP con el ‘Pacto del Tinell’, a la vez que se encuentra cómodo con alianzas con el separatismo.

Y llega Pedro Sánchez, en una atrevida acrobacia política. Si el zapaterismo resucita las dos Españas (léanse las Exposiciones de Motivos de la numerosa y reiterativa legislación memorialística), el sanchismo, vacuo de contenido programático digno del siglo XXI, toma como ejes de su acción gubernamental un trasnochado antifranquismo sobrevenido, un republicanismo apenas disimulado, un feminismo extremo y, lo peor, sus devaneos y amistades peligrosas con los enemigos de España: neomarxistas, separatistas, y herederos de ETA.

El sanchismo es una reedición, corregida y aumentada, del zapaterismo, incluso en la Economía. El doctor Sánchez no repara en disparar el gasto público y el déficit del Estado con tal de ganar adeptos, es decir, votos. Sánchez es la vacuidad política envuelta en papel para regalo. Su gobierno satisface sólo un proyecto personal: no ser, sino sentirse presidente del Gobierno, sin que su misión institucional resuelva los muchos y graves problemas que tiene España.

Los frutos sanchistas ya los conocemos: polarización social, desbarajuste económico y un guerracivilismo notable. No tenemos suerte.

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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