Podemos no debió llegar nunca al Gobierno

En la primavera del año 2014, por interés de observar en directo el nacimiento de un movimiento social asambleario cuya emergencia estalló en las previsibles y mansas aguas del Gobierno Rajoy, me atreví a asistir a algunos ‘círculos’ fundacionales podemitas donde, de manera impulsiva y desordenada, cada interviniente pujaba con el anterior por exponer la mayor pretensión.
Se reivindicaba todo. Se pedía la luna política. Y quien coordinaba (es un decir) aquellas reuniones efervescentes y cuasi revolucionarias mandaba al patíbulo a todo aquel que osara apuntar una idea crítica al batiburrillo discursivo y dialéctico de la concurrencia.
Lo único organizado en aquellas extensas y agotadoras marejadas populares -que nunca terminaban alumbrando un acuerdo que durara más de medio día- era el ‘modus operandi’: alzamiento de mano para intervenir y exigir cosas. A la distancia de los años transcurridos, pensándolo hoy, aquellas intervenciones espontáneas, asistemáticas, medio ingenuas y nada rigurosas, me recuerdan la genial escena berlanguiana de “Bienvenido Mr. Marshall” en la que los habitantes de Villar del Río se acercan esperanzados a la mesa encargada de anotar lo que cada uno deseaba: una máquina de coser, un tractor, unas mulas…, ya que los americanos vendrían cargados de dólares y los repartirían entre los vecinos de tan afortunada localidad. Luego, de esos sueños no hubo nada.
Empero, sí. Se ha cumplido un auténtico sueño para los líderes y militantes de Podemos. Un sueño que ni los fundadores más optimistas de ese partido creyeron poder alcanzar nunca ni tan pronto, a los seis años de su creación: formar parte del Gobierno de España. Gobernar desde La Moncloa.
Sin experiencia alguna en el ejercicio de cargos públicos (ni privados), sin liderazgos bien definidos, sin conocer el texto de la Constitución -más que para tildarla de “candado” y de “régimen” su sistema político-, abominando de la Transición, vilipendiando a la Corona, con un programa político disparatado y abolicionista, Podemos, formación de extrema izquierda, paleocomunista, transida de populismo y marxismo a las órdenes de Laclau, Mouffe y Gramsci, asesora de los espadones latinoamericanos, encontró su consagración política, su elevación a los altares de la ‘res pública’ cuando un singular secretario general de un diferente PSOE, Pedro Sánchez, doctor en Economía, precisó articular una mayoría (“Frankenstein”) para desalojar al presidente anterior y formar el Gobierno subsiguiente, no obstante el riesgo de insomnio.
Desde la formación de esta extraña alianza en Enero de 2020, los líderes y principales cargos públicos de Podemos han hecho lo contrario que predicaban: se han situado bien, reciben buen ‘salario’ por sus escaños o carteras ministeriales, disponen de saneadas cuentas bancarias, son titulares de espléndidas viviendas como las que ellos criticaban, y hasta tienen pleitos en la Justicia en igualdad de la abominable ‘casta’.
En los dos años que esta anómala conjunción -que no coalición- está en el ejercicio del poder, la aportación de Podemos es irrelevante. Nada ha mejorado en la política en este tiempo. Su productividad política y legislativa es baja, y la calidad del trabajo normativo y parlamentario es mejorable. Para mayor desgracia, como era previsible, las medidas propuestas y/o acordadas están dominadas por un fuerte sesgo ideológico que las hacen impracticables a los fines que se proponen alcanzar. La sociedad no avanza con ideas partidistas o sectarias sino con aquellas que satisfacen el interés general, cosa que Podemos desconoce o no quiere convencerse.
El triunfalismo de Echenique, último ‘magnífico’, de que su partido es “la herramienta política que cambió todo para siempre” y que “ya no hay bipartidismo”, como si esto último fuera un mérito, no pasa un examen crítico y racional. Todo lo contrario. A Podemos nunca se le debieron abrir las puertas del “cielo” porque no sabe gobernar sino imponer. Porque lleva en su interior el gen que lo alumbró: el revanchismo, el odio de clase, el ataque a las libertades civiles, el adoctrinamiento, la demagogia más pura que alimenta su populismo. Porque dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo y no solo no lo cumple sino que consigue empeorar la situación de los ciudadanos.
Podemos nació de la indignación imperante ante la crisis del 2008, lo que podría tener cierta explicación. Empero, para remediar los males que aquélla pudo provocar, el partido morado opta por la vía equivocada del radicalismo y el extremismo; por el camino fracasado de la dominación de una clase social sobre otra, y por imponer su credo político incluso autoritariamente, si es preciso, con sacrificio de la libertad. Ha de tenerse en cuenta también el vínculo estratégico antisistema que une a Podemos con ERC y BILDU.
Las Leyes que Podemos anuncia son asimismo ideológicas, de parte, contrarias a la concurrencia y a la libertad de mercado, como la que fija límites a la renta de los arrendamientos o a la disposición de vivienda, que abaten el derecho de propiedad o favorecen la ‘okupación’ en menoscabo de libertades y derechos amparados por la Constitución.
Con la invitación a Podemos para formar Gobierno, Pedro Sánchez ha cometido, sin duda, su mayor error político.