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Nuestros vecinos del Sur

       España atraviesa una hora de debilidad. Una de esas horas históricas en las que los españoles mostramos una considerable flaqueza como Estado. Y hay quien lo sabe, y pretende aprovecharse.       

        El debilitamiento de las instituciones y la inoperancia del Estado viene provocado por la desunión existente entre los españoles; por la rivalidad entre Comunidades autónomas (que lleva a hablar de ‘fronteras’, y no de límites) y por la polarización social, alimentada por el populismo y la discordia imperante en la vida política. Todo ello aboca a la fragilidad y decadencia del Estado.  

        A la situación descrita se añade que los partidos españoles de izquierda se han aliado con los nacionalismos periféricos. Han antepuesto su ambición de poder y han aceptado sus votos. En consecuencia, el separatismo, uno de nuestros más temibles demonios domésticos, chantajea al Gobierno y condiciona la política española.

      Cada vez que, en la Historia, las ideologías prevalecen sobre el buen gobierno, España se cuartea, se divide, e inaugura un tiempo estéril de autodestrucción y preocupante debilidad.    

      Es entonces cuando nuestros vecinos del Sur, que sueñan con vivir en la Península, como lo hicieron sus  antepasados durante ocho siglos, coaccionan a España con infundadas reivindicaciones territoriales, como que “Ceuta y Melilla son marroquíes como el Sáhara”, siendo falso lo uno y lo otro.

      En otro tiempo de debilidad, en 1975, cuando la enfermedad final del general Franco, Marruecos se  hizo, furtivamente, del Sáhara español, página vergonzosa de nuestra política exterior y de defensa. Un error que persiste, y seguimos pagándolo.

       El insaciable expansionismo del régimen de Rabat se atreve a extender sus aguas territoriales hasta las mismas costas canarias, y España impasible. Mientras Marruecos niega aguas territoriales a Ceuta y Melilla, los británicos, en la otra orilla, las defienden para Gibraltar, aun en contra del Tratado de Utrecht (1713).

      Ahora, en los días previos a la Navidad, hemos sabido que EE. UU. ha reconocido, en contra del Derecho Internacional, la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. Y su primer ministro, envalentonado, ha declarado la marroquinidad de Ceuta y Melilla, territorios que son parte de España, respectivamente, desde 1497 y 1580, siglos antes de que Marruecos exista como Estado.

      No cabe duda, pues, que España atraviesa una hora de debilidad, una más en su historia. España, un peculiar país, carente de sentido de Estado, de escaso patriotismo, cuya población, sobre todo los jóvenes, está en otras cosas, y, desde luego, no quiere saber nada de sacrificarse por su   patria.

       ¿Creen ustedes que exagero? Pregunten. A ver qué respuesta reciben.

       España es un país difícil, especial. Con escaso pegamento entre sus diferentes tierras.

      España es, reconozcámoslo, un país a medio hacer.

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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