No necesitamos un 23-F
Creo que con motivo de la proclamación del nuevo Rey se están generando una serie de expectativas que pueden llevarnos a la frustración. Ya es hora de que reconozcamos a nuestro sistema y a nosotros mismo como maduros. Hemos superado el trámite de la sucesión a la Corona, meta volante para los antimonárquicos. Parecía que el cambio de titular en la más alta magistratura del Estado nos conduciría irremediablemente a un cambio de régimen. Como si fuéramos persas que se lanzaran a la anarquía tras la muerte del monarca. ¿Eran tan ignorantes como para esperar que el Rey Juan Carlos fuera “sucedido” por la República? El argumento era pueril. Pues bien, el Rey no ha muerto y su hijo reina. La ley se ha cumplido y seguimos siendo igual de democráticos que éramos antes.
Superada ya esta circunstancia se presentan ahora los oportunistas, como Artur Mas, que en su obsesión de parecer especial quiere tratar con el Jefe del Estado directamente. Sus apelaciones a la Corona para que intervenga en el asunto catalán tienen regusto austrohúngaro. Un rey catalán, ungido en Monserrat y jurando el Libro Verde es una arcadia medieval muy del gusto de esta gente. Mas ve pasar el tiempo, se acerca la fecha del referéndum y nadie le ha ofrecido una mejora en las capitulaciones matrimoniales. Quizás porque esas capitulaciones están sólo en su cabeza. Recurrir a Zarzuela aprovechando la proclamación evidencia su desesperación. Por muy correcto que sea el catalán de Felipe VI no le corresponde a él tomar la iniciativa.
Luego están los que esperaban del Rey un discurso rompedor, los que hablaban de una segunda transición. Debemos de recordar que aquellos tiempos no son estos, ni aquellas leyes son estas. Felipe VI hizo una impecable exposición de lo que es la Monarquía y lo que significa hoy en día. Con las primeras palabras del discurso se situó a sí mismo y puso en su sitio a los nuevos cortesanos que pedían una especie de motín de Aranjuez a la inversa. Un Rey constitucional, es decir, “escrupulosamente hare lo que dice la ley”. Está bien que diga que es constitucional, al menos alguien tendrá que serlo en esta España de leyes ignoradas y ultrajadas.
Ya es hora de una Monarquía alejada de pasiones y personalismos, que sea entendida como la institución que es. Una alta representación del Estado por encima de los juegos partidistas que está al servicio de los intereses de España y que guarda un enorme valor histórico. Ojalá podamos hacer nuestras las palabras de Montaigne, «miro a nuestros reyes con simple afecto legítimo y civil, ni movido ni desviado por intereses privados”.
Tenemos un nuevo Rey y todo sigue igual. Se han cumplido las leyes como se debe de hacer. Al Gobierno le corresponde gobernar y al Rey reinar. Todo lo que se salga de ahí nos acerca a Pablo Iglesias y nos aleja de la civilización y el orden. Aunque no lo creamos somos un país serio y aspiramos a ser una democracia madura. Felipe VI ha sucedido a Juan Carlos I como estaba previsto desde hace treinta años y esperemos que sigua previéndose durante doscientos años más. Estamos en el año 2014 del siglo XXI. No necesitamos un 23F, necesitamos un Rey constitucional.