Niños, niñas y niñes

Nunca creí que llegaríamos al grado de estulticia de destrozar la gramática y el lenguaje, como denotan las intervenciones orales de ciertos personajes y personajillos públicos.
Es el signo de los tiempos que vivimos. Todo se relativiza en nombre del buenismo y de lo políticamente correcto. Para colmo, la RAE no ejerce de autoridad en materia lingüística, sino que incluye en su Diccionario todo vocablo, expresión o ‘palabro’ que se le ocurre al vulgo.
A la cita de ignorantes e iluminados acude buena parte de la actual clase política que, cuando se adentra en el conocimiento, la cultura, la historia o el idioma, se comporta como elefante en cacharrería.
Últimamente nuestro mejorable y abultado Gobierno también se suma a la destrucción del idioma. No en vano, en su composición, toman asiento partidarios de pasar Curso con asignaturas suspendidas, seguidores de anular el esfuerzo personal y simpatizantes de repartir títulos como sorteados en una tómbola.
Pero la situación empeora cuando a la memez y al desprecio a los libros se añade una determinada ideología, como es el feminismo radical, el falso igualitarismo o la creencia errónea de que por este camino se progresa. De esta manera, tenemos el retrato de ciertos políticos y gobernantes actuales, pésimos ejemplos que hacen el ridículo -y provocan el efecto contrario- tan pronto como abren la boca.
Particularmente es el caso de la Ministra doña Irene Montero, que deja boquiabiertos a propios y extraños cuando, sin conciencia del ridículo, y sin ruborizarse, utiliza el masculino, el femenino y otro género de caracterización desconocida. ¿A qué brillante cráneo se le ha ocurrido esta idiotez? Debería saberse para incluirlo en la galería de ciudadanos, ciudadanas y “ciudadanes” ilustres.
Sí, señores. Toda una Ministra del Gobierno de España expresándose de esta guisa; utilizando una jerga bien alejada de los cánones del idioma de Cervantes; empobreciendo el lenguaje de los españoles, con lo que cuesta en la escuela que se expresen y escriban correctamente…
¡Qué nivel el de algunos Ministros coetáneos!… Hasta hace poco, ser Ministro en España era un cargo respetado por su buen hacer y decir, por ser una persona que se esmeraba en sus expresiones, en su vestimenta, y cuidaba las formas y los contenidos. Hoy, muchos Ministros causan espanto. Se hunden en la vulgaridad, en la mentira… y provocan desprecio. Flaco favor le hacen al cargo, tan inmerecidamente detentado.
Qué dirían Demóstenes, Cánovas del Castillo, Castelar, Alcalá-Zamora, Azaña, Jesús Suevos, Areílza o don José María Stampa Braun, elegantes cultivadores de la mejor oratoria, si oyeran las tonterías que dicen nuestros Ministros… y Ministras…
¿Cómo hemos caído tan bajo?…
¿Y a esto le llaman progreso?