La frase

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, interviene, en la Puerta del Sol de Madrid, en la concentración convocada en favor de las mociones de censura contra el jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. EFE/Emilio Naranjo
En la soflama que el sábado pasado Iglesias Turrión lanzó en la Puerta del Sol, pronunció una frase que políticamente es terrible, muy expresiva de su escaso talante democrático. No debemos dejarla pasar porque va dirigida contra la línea de flotación de nuestro sistema democrático.
Fue cuando afirmó que “Este país es mejor que su Parlamento”.
Sorprende que un diputado, que forma parte del Parlamento, tenga tan poco respeto por la institución más excelsa de la democracia: el Parlamento. Un Parlamento democráticamente elegido y constituido.
Pero, en segundo lugar, todavía es mucho más grave que Iglesias Turrión deslice la idea de que la legitimidad democrática no reside en las instituciones libremente votadas, sino fuera de ellas. En la calle, en la masa.
Esa mentalidad e ideología, que Iglesias exhibe y expresa, destruye la democracia representativa, aquella que se ejerce a través de representantes libremente elegidos. Por el contrario, la frase otorga superior categoría y mayor legitimidad a la democracia asamblearia, directa o popular, al estilo fascista, totalitario o chavista.
Y así es. En la democracia directa o asamblearia el cabecilla, ‘conductor’ o caudillo no quiere instituciones intermedias ni representativas. No quiere vérselas con los representantes del pueblo, elegidos en comicios libres y periódicos, sino que únicamente quiere tener interlocución directa con el pueblo, al que embelesa con atractivas e imposibles promesas y atemoriza, si discute su autoridad.
La frase de Iglesias Turrión (“Este país es mejor que su Parlamento”) es profundamente antidemocrática, pues en su concepción -expuesta en la Puerta del Sol- no caben instituciones democráticas que controlen los poderes públicos; no se desea, por tanto, un Parlamento con la esencial tarea democrática de controlar el poder del Gobierno, sino que Iglesias quiere entenderse directamente con lo que los podemitas llaman “la gente”.
Esta concepción política de Iglesias Turrión es la antítesis de la democracia representativa, ese logro político alcanzado por la Revolución Francesa y seguido por las democracias occidentales, en las que rige la libertad, el imperio de la ley y el respeto a los derechos fundamentales.
El sistema político de Iglesias Turrión se acerca peligrosamente, pues, a los regímenes liberticidas de los años 30 del pasado siglo. Sería una regresión política tremenda, una locura.
Los ciudadanos del siglo XXI no queremos ni caudillismos ni autoritarismos de ningún signo. Simplemente queremos lo que dice y representa la Constitución de 1978: democracia parlamentaria, control de los poderes públicos, garantía judicial y libertades. En definitiva, el Estado democrático de Derecho.
A estas alturas, por tanto, los españoles no necesitamos ningún “padresito” que nos diga cómo tenemos que vivir.
No necesitamos ni dogal ni bozal.