“Frankenstein” hace de las suyas

Cuando hace unos días los telediarios daban cuenta del cuadragésimo Congreso del PSOE en Valencia, llamó la atención, a los ojos de cualquier observador, el entusiasmo desbordante, los efusivos abrazos (hasta con Felipe González) y la supuesta unidad que se dijo existía en torno al líder, Pedro Sánchez. Nada que ver con el descabalgamiento de éste en el anterior Congreso, ni había rastro tampoco del temor a la admonición de Rubalcaba sobre el peligro que representaría un Gobierno “Frankenstein”, en alusión a una indeseable coalición con los podemitas.
Y, sin embargo, los hechos, tozudos hechos, van dinamitando tanto alborozo, tanta moral de lentejuelas, y justifican una más que legítima crítica, imprescindible en democracia, sobre el funcionamiento de la nave del Estado, los vaivenes que sufre la vida nacional -a consecuencia de las políticas y decisiones que ese “Frankenstein” de coalición gubernamental pone en circulación a trancas y barrancas- y si, en definitiva, el balance de dos años y medio de ‘sanchismo’ propicia un juicio favorable y aceptación mayoritaria entre los españoles.
Desde el primer momento he calificado este Gobierno de engendro político. Esto es, una criatura política mal concebida, pues sus elementos integradores son un socialismo radical y extremo (a la mayor gloria del líder, cuyo plan existencial y programa político es, simplemente, durar, y ahora travestirse de socialdemócrata para seguir pedaleando) y un magma, un combinado polimorfo compuesto de una muchachada inmadura. Unos, dicen que son comunistas (aunque ellos vivan ricamente); otros, podemitas bolivarianos a secas, y algún populista de salón.
Causa escalofrío que la gobernación de España, un Estado difícil, diverso, que no plural, con un pueblo de escasa cultura política, sin apenas conocimiento sobre la democracia; una Nación víctima de tensiones centrífugas (hemos padecido un feroz terrorismo separatista y una declaración unilateral de independencia recientemente); con el sufrimiento de una Guerra civil de tres años y una dictadura de cuarenta; con la concordia y la reconciliación (reivindicada por el PCE desde 1956, ¡quién lo diría!) destruidas a día de hoy por obra y gracia de un Zapatero y enmendada -a peor- por una Carmen Calvo (su gesta política es el helicóptero con los restos del general), causa estremecimiento, digo, que la nave del Estado la dirija, de un lado, un personaje ególatra que tiene una mala relación con la verdad y el Derecho. Y, por otro, le ayude (es un decir) en el gobierno de la Nación una adolescente panda de desnortados Ministros (y Ministras, claro) que, por lo general, jamás han ejercido responsabilidades públicas, que ignoran el complejo ordenamiento jurídico, desconocen el papel de los poderes del Estado, de las instituciones y de las Administraciones públicas, y si alguno de ellos es economista, le basta aconsejar, para resolver arduos problemas keynesianos, no consumir carne. Simplemente.
Si tenemos en cuenta todo lo anterior, que resulta ser cierto y nada exagerado, sino verdadero y ajustado, no nos debe causar extrañeza la ristra de disparates, guerras intestinas, escándalos y descalificaciones que han protagonizado los componentes podemitas del Gobierno -y adláteres- en relación con el Congreso de los Diputados y con ocasión de la sentencia condenatoria del exdiputado de Podemos, Alberto Rodríguez.
Causa bochorno el intercambio de improperios, las afirmaciones proferidas, la dejación de funciones de la presidente de la Cámara sobre el particular, así como el cruce de oficios entre ésta y el presidente de la Sala de lo Penal del TS, dignos de estudiar -y así se debería hacer- en las clases prácticas de Derecho Penal y Procesal de nuestras Universidades. En el culmen de la locura desatada, la Ministra Belarra ha llamado prevaricador al Tribunal juzgador del diputado canario. Y no pasa nada. Parece que no existen fiscales. Ni dimisión.
En definitiva, “Frankenstein” no sólo da miedo, es que está causando daño a las instituciones del Estado, a la economía del país, al interés general y, en conclusión, al prestigio e imagen de España en el interior y en el exterior.
Si las afirmaciones anteriores pudieran ser tachadas de exageradas por los partidarios de Sánchez, éstos tienen la oportunidad de desmentirme ante dos asuntos en los que me gustaría, como español, que el Gobierno Sánchez se empleara a fondo. A ver si es verdad.
Uno es el permanente chantaje que padece la política exterior de España en sus relaciones con Marruecos. Debe encontrarse una respuesta adecuada para que la voluntad omnímoda de su Monarca no nos llene Ceuta y Melilla de adolescentes marroquíes. El otro es el caso de la insoportable colonia británica en suelo español, Gibraltar, que está ganando terreno al mar en la bahía de Algeciras en contra del Tratado de Utrecht y del Derecho Internacional. Estoy seguro que los británicos, hace años, nos habrían expulsado. Ahí tiene el Gobierno dos asuntos para demostrar su eficacia y patriotismo. Adelante.