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Esta izquierda nuestra y el nacionalismo

Mural en Belfast apoyando la independencia del País Vasco, Cataluña y Galicia junto a una imagen del Che Güevara.

       Siempre me ha extrañado la peculiar atracción que la izquierda española siente por los nacionalismos implantados en determinadas Comunidades. Se trata, en efecto, de una singular convivencia entre el pensamiento de izquierdas y el fenómeno nacionalista. En su virtud, la izquierda española considera ingenuamente que ir de la mano de los nacionalistas -con sus votos- para culminar cualquier aventura o proyecto político es una posición política progresista.

       Es una atracción -y errada convicción- de nuestra izquierda, cuyo desciframiento, tal vez, cabe encontrarlo en la oposición que los nacionalismos periféricos  (catalán, vasco, gallego) hicieron al régimen del general Franco. De ahí el espejismo que sufre nuestra izquierda política. Ésta ve en los nacionalistas/separatistas un ideario y unos compañeros de viaje compatibles con posiciones de izquierda, por muy radicales que éstas sean.

       Durante el franquismo la oposición frontal fue obra de los comunistas. Mucho menos de los socialistas. Empero tampoco se puede olvidar la enemiga que los nacionalistas y separatistas dedicaron al franquismo. Es probable que ello explique el embelesamiento que los nacionalismos ejercen sobre la izquierda española.   

      Llegados a este punto es lícito preguntarse si la izquierda española acierta cuando considera adalides del progreso -y aprovechables para toda causa- a los nacionalismos. Nuestro filósofo más destacado del siglo XX, Ortega y Gasset, prefirió llamar particularismo, y no nacionalismo, al fenómeno hispánico de la defensa a ultranza de lo particular, y propio, frente al conjunto y a la unidad predicable de la organización política llamada Estado.

       El nacionalismo, particularismo para nuestro gran pensador, es una sobreestimación de los valores culturales de un grupo social con exclusión de los de otros, aunque todos pertenezcan al mismo Estado, como sucede en el caso de España.

       Lejos del aprecio que sienten las izquierdas españolas por el nacionalismo -a quien tienen por fuerza progresista, repito-, el nacionalismo es, sin embargo, un sentimiento retrógrado, reaccionario e insolidario. No hay nada más reaccionario, y de vuelo más alicorto, que un nacionalista identitario, que excluye a los demás y los tiene por inferiores a su estirpe o raza, digna de perpetuación y protección de su pureza. O sea, racismo y sublimación de lo identitario.

      Por ello, las posiciones nacionalistas son racistas, xenófobas, y no pueden considerarse progresistas ni avanzadas. De ahí la extrañeza que genera esa querencia de nuestra simpar izquierda por el nacionalismo. Es una rara propensión hacia el nacionalismo la que siente esta izquierda, en la creencia de que izquierda y nacionalismo es una conjunción de fuerzas progresistas. Y no es así. Todo lo contrario.

     A la altura de nuestro razonamiento, resulta imprescindible recuperar el discurso y la argumentación que, para desenmascarar a los nacionalismos como fuerza progresista, profirió un hombre de izquierda, honesto y coherente, ex secretario general del PCE, recientemente desaparecido, que fue Paco Frutos (como él quería que se le llamara). Un hombre íntegro, de profundas convicciones izquierdistas, de fuerte inquietud social y humanista. Pues bien, en su vibrante, valiente y contundente discurso lanzado en Barcelona en unos difíciles días (29 Octubre 2017), Frutos criticó duramente al separatismo, al “racismo identitario” de los nacionalistas, y censuró enérgicamente “a la izquierda cómplice que va detrás de ellos y les baila el agua”. Se declaró, con ironía, un “botifler” (traidor) al “racismo identitario que estáis creando” (en alusión a los nacionalistas catalanes, entre ellos ERC y CUP).

         Invitado por el Foro para la Concordia Civil de Granada, que me honro en presidir, Paco Frutos pronunció una bien armada conferencia en la que defendió el orden constitucional democrático vigente, votado masivamente por el pueblo español en su día, a la par que expuso su receta contra el dogmatismo nacionalista, consistente en “una alternativa internacionalista, solidaria y de paz”, lo opuesto al ideario nacionalista.

        Con los esclarecidos argumentos de Frutos resulta incomprensible que nuestros gobernantes de izquierda no sientan empacho en ir del brazo de los nacionalistas, a los que consideran progresistas, un calificativo en absoluto aplicable a esa connivencia.

       En consecuencia, podemos concluir que el matrimonio de la izquierda española con los nacionalistas periféricos (la llamada “mayoría de la investidura”) es toda una anomalía ideológica única en Europa. Emparejamiento del que no puede esperarse nada bueno.

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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