España sigue siendo diferente

Ya conocen ustedes los resultados electorales del 10-N. Resultados que arrojan síntomas inquietantes para la democracia parlamentaria instaurada en 1978 y que dejan un panorama inestable, lejos del clima político necesario para avanzar y crear riqueza y empleo.
Vivimos la hora del sanchismo: un ego personal acrecentado al que no le importa poner al país a su servicio con tal de satisfacer su ambición interesada.
Como se sabe, Sánchez convocó elecciones tras unos inútiles meses de un Gobierno surgido de una peculiar moción de censura. Sin embargo, en las urnas ha recibido una derrota que empeora la gobernación de este país.
Es constante en la Historia que los españoles solemos tener propensión al suicidio político. Y España hoy va camino de ello si no recuperamos la sensatez.
Tras los comicios del pasado domingo, el panorama de pactos es ahora mucho más difícil, a derecha e izquierda. Ignoro cómo se va a conseguir un Gobierno estable si los dos grandes partidos, PSOE y PP, se dan la espalda. Sería la Gran Coalición, como sucede en otros países, por ejemplo, Alemania.
Con la Gran Coalición se acabarían los experimentos populistas y separatistas. Se terminaría con los ataques a la Nación española. Se pacificarían los extremismos y radicalismos. Y se volvería indiscutiblemente a la senda de la normalidad, de la constitucionalidad.
Cuando agonizaba la dictadura, España encontró en la Transición una clase política constructiva y un estadista excepcional, Adolfo Suárez, al que más tarde el pueblo español olvidó y dejó de votar. Tampoco premió al eurocomunista Santiago Carrillo, que tanto colaboró en el restablecimiento de las libertades ciudadanas. Los españoles, sí, nos caracterizamos por dilapidar los grandes capitales políticos y a las personas que los encarnan. Así fue como los mismos republicanos arruinaron la salud de la Segunda República, sin necesitar de más enemigos.
Por donde caminamos hoy nos acercamos a la destrucción del Estado social y democrático de Derecho, la Monarquía parlamentaria y, por supuesto, la Constitución de 1978.
Apenas cerradas las urnas, la izquierda podemita vuelve a entonar cantos de sirena, susurrando a los oídos de Sánchez los encantos de una alianza gubernamental. Y como no dan los números, Sánchez e Iglesias tendrán que sumar todo lo que encuentren a su izquierda: proetarras, separatistas, rupturistas y demás grey desleal y anticonstitucionalista. Por ahí vamos a vivir el caos; y si no, al tiempo.
Se admita o no, Sánchez ha sufrido una derrota democrática. Pero, como decía el cómico Joe Rigolí, “él sigue”. A pesar de provocar un bloqueo crónico, “él sigue”.
En cambio, ¡qué contrasentido!, un gran español, un gran político constitucionalista, Albert Rivera, látigo de separatistas, abandona la política. ¡Qué pena, España, cómo pierdes a tus hijos más beneméritos en el momento más decisivo!