El error Sánchez
“El Parlamento está para dialogar. Si no hubiéramos dialogado en la Transición difícilmente estaríamos aquí” (Adolfo Suárez).
Los pueblos pueden tener suerte, o no, con sus gobernantes o con los que pretenden serlo. El Reino Unido tuvo suerte con W. Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Europa tuvo fortuna con las personalidades que fundaron la hoy Unión Europea (Adenauer, Monnet, De Gasperi, Schuman, Spaak…). España tuvo suerte en la Transición al contar con un inteligente y hábil político llamado Adolfo Suárez.
Por el contrario, España se encuentra hoy ante una importante y duradera crisis política e institucional -que le lleva a no disponer de Gobierno- por carecer de gobernantes competentes y serios que piensen en su país antes que en sus intereses personales y/o partidistas.
La mayoría de nuestros políticos, que audazmente se lanzan a ocupar los más altos cargos del Estado sin tomarse el pulso de su probable incompetencia, no pueden recibir la calificación de estadistas y sí de simples “amateurs”, de simples aficionados. Esto es lo que, en mi opinión, sucede en nuestros días con la mayor parte de la clase política española.
Y esto es lo que, en particular, ocurre con el socialista Pedro Sánchez, candidato a la presidencia del Gobierno. Ni su partido ni España pueden tener la firmeza de que tal aspirante posee madera de estadista. Por el momento llevamos dos elecciones generales en búsqueda de un presidente del Gobierno y Sánchez retrocede en votos, en diputados y en expectativas. Enrocado en el “No”, rechaza entenderse con el partido mayoritario alegando la razón – sorprendente a estas alturas- de que “La izquierda no tiene por qué apoyar a las derechas. No negociaré la Gran coalición ni acuerdo alguno que implique el voto a favor o la abstención en la investidura del presidente en funciones”.
Las antedichas afirmaciones del líder socialista nos parecen profundamente desacertadas. Mucho más en el delicado momento en que se encuentra la política española ante una más que anunciada secesión en Cataluña. Tampoco demuestran una concepción atinada propia de un gobernante fiable, digno de su época y sociedad. La frase de Sánchez sorprende -y entristece- porque nos recuerda la polarización y los enfrentamientos entre las dos ideologías hegemónicas de los años 30 del pasado siglo en Europa y en España.
El enorme y meritorio esfuerzo que hizo la generación de la Transición por superar las “dos Españas” (representado en “Pasionaria” presidiendo las Cortes en 1977 y un Fraga presentando una conferencia del comunista Carrillo) parece que no es asumido por el inexperto candidato, lo que, a mi juicio, lo descalifica para el cargo apetecido. Nadie que quiera ser presidente de los españoles puede regirse por esa arcaica mentalidad de división entre españoles de izquierda y españoles de derecha a la altura del 2016. Ofrezco un dato para que nuestro bisoño candidato reflexione. Una personalidad tan singular como Miguel Primo de Rivera y Urquijo, defensor del proyecto de Ley para la Reforma Política (noviembre 1976), norma-puente hacia nuestra democracia, etiquetó sus memorias políticas con el expresivo título de “No a las dos Españas” (Plaza&Janés, Barcelona, 2003). Choca que Sánchez, un joven político a estrenar, enarbole hoy la bandera de una izquierda que niega el pan y la sal a una derecha moderada y europea. Si políticos del reciente pasado hubieren obrado así, hoy estaríamos todavía anclados en la larga y oscura noche del franquismo.
De nuevo ofrezco otro importante y decisivo hito que algunos analistas e historiadores catalogan de pre-Transición. Fue otro acontecimiento que sembró la semilla del entendimiento y la reconciliación entre las “dos Españas”. Me refiero a la reunión que un centenar de españoles demócratas y antifranquistas, del exilio y del interior, de toda condición e ideología, tuvieron en los primeros días de junio de 1962 en Munich. Allí llegaron a acuerdos personas de ideología tan dispar como Ridruejo, Gil Robles, Llopis, Satrústegui o Salvador de Madariaga. Lo que les importó a estos españoles fue la democracia y la libertad. Lo de menos era hurgar en los orígenes ideológicos, políticos. El “Contubernio de Munich” impactó fuertemente contra el inmovilismo franquista, puso las bases de la democracia que se anhelaba y “produjo la ruptura con el discurso del odio” (Jorge M. Reverte, presentación de “Ecos de Munich”, de Dionisio Ridruejo, RBA, 2012, pág. 13).
Difícilmente Pedro Sánchez podría acudir a ese cónclave antifranquista y democratizador desde su sectaria posición excluyente de hoy, a los ¡54 años! del encuentro. Difícilmente Adolfo Suárez hubiera podido emprender así la gesta de recuperar las libertades y la democracia. Si entonces se hubiera reparado, como hoy Sánchez, y también Rivera, en la limpieza de todo ‘pecado original’, Suárez habría sido rechazado para capitanear tal empresa.
Recordando la memorable tribuna de Ortega y Gasset (“El error Berenguer”, 1930), Sánchez es un error.