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El enjambre universitario

Hace unos meses que volví, por diferentes razones, a la gestión universitaria, lo que me ha permitido acercarme de nuevo al funcionamiento de la Universidad. Hace mucho tiempo que la abandoné, pues consideré, creo que de manera acertada, que ya no representaba un lugar adecuado en el que se pudiera pensar. Hay más Universidad fuera de ella que dentro.

Decía un reconocido maestro de los de antes, pues de los de ahora mejor no hablar, decía que los libros se parecen mucho a las patatas, de unos salen otros. Tenía razón. El problema es que hoy hemos dejado de tratar los libros como sólo un labriego sabe hacer con las patatas. La tierra ha de labrarse, abonarse, regarse, a fin de plantar en ella los gajos de siembra. Después habrá que cuidar con serenidad y paciencia lo plantado. Sólo así podremos recoger el fruto de lo sembrado.

El trabajo universitario debería parecerse al del labrador, pero lo que me vuelvo a encontrar es lo mismo que dejé, algo radicalmente diferente al trabajo del hombre inmerso en la naturaleza. Pondré dos ejemplos. Hace unos meses me nombraron, eso sí, contra mi voluntad más íntima, miembro de una comisión que había de evaluar a varios candidatos para una plaza de denominación endiablada convocada por la Universidad. Era una cosa de locos. Si el Real Madrid o el F. C. Barcelona utilizaran un procedimiento similar para fichar a sus estrellas, sólo podría contratar a jugadores de tercera, pues serían los únicos con un currículum suficientemente abultado. Habrían dejado hace años de jugar en primera, pero tendrían lleno su saco de méritos y un número enorme de puntos obtenidos por acumulación. El procedimiento sería plenamente objetivo, pero los espectadores dejaríamos de ver partidos de fútbol, pues carece de sentido contemplar la actuación de quien sólo posee historia y no tiene ningún presente y menos, futuro.

Algo parecido sucede en la Universidad. Son tantos los textos, artículos, capítulos, libros, conferencias, ponencias, congresos, cursos impartidos aquí y allá, cursos ordinarios y extraordinarios, enseñanzas propias e impropias, másteres del derecho y del revés; son tantos… que cuando uno lee algunos de los currículums presentados tiene la sensación de estar siendo sometido a una especie de water boarding mental. Los datos te ahogan sin que los mismos arrojen luz ninguna de una trayectoria intelectual. Al final de lo que se trata es de valorar textos como “La entrada de la ikurriña en Bajo de Guía” de acuerdo a criterios científicos objetivos que no cabe poner en duda, ya que, se dice, aseguran el incremento de nuestro saber, como si el saber pudiera medirse. Hice mis cálculos y de acuerdo con las reglas del procedimiento cualquier autor de los que deberíamos leer hoy, habría quedado no sólo excluido, sino a la cola del pelotón. Sin embargo, hay que reconocer que el procedimiento es objetivo, aunque posea la consistencia de la objetividad de un cementerio.  

El segundo ejemplo tiene que ver con una idea, creo que de mi Universidad, aunque desconozco si la enfermedad posee las características de una epidemia. No me extrañaría. La idea consiste en que los distintos departamentos y centros firman un contrato, el llamado contrato programa, que es una especie de compromiso que alcanzan las partes contratantes, de manera que uno da más dinero, no demasiado, si se alcanzan ciertas metas, de nuevo valoradas objetivamente. Esos centros se comprometen a llevar a cabo una serie de medidas para perfeccionar la institución y que se parecen en su espíritu a las que podrían llevarse a cabo en un balneario con la finalidad de lograr la satisfacción de sus usuarios. Así se incita al profesorado a que sea muy activo, escriba mucho y lo publique, pronuncie conferencias, participe en congresos como organizador, conferenciante y ponente, lo que recuerda a aquellas familias de artistas que en el circo adoptaban diferentes papeles con sólo cambiarse de nombre y vestimenta. Además se recomienda vivamente que se utilicen en la enseñanza los medios digitales y se cuelgue todo en la web correspondiente.

Creo que el trabajo universitario ha dejado de ser una actividad similar a la del campesino en contacto con la tierra, sometido a su ley, a la ley de la tierra, lo que proporciona sentido a lo que hace, pues constituye un mundo en el que se encuentra encajado, cierto de sí mismo. Sin embargo, lo que he visto en esta Universidad a la que he vuelto, es que en ella no existe el sentido de lo que se hace, no encontramos ningún criterio que nos oriente en nuestro quehacer. En ella no poseemos mundo, pues éste ha desaparecido, se ha venido abajo, y lo único que divisamos, son individuos que revolotean sin parar acumulando puntos, décimas y centésimas, de manera que se puedan rellenar todas las casillas imprescindibles para alcanzar no se sabe bien qué.

Esta Universidad se parece más a un almacén de patatas que al trabajo sereno y reflexivo del labrador, propio de lo que podría denominarse una comprensión originaria de aquello que nos debería importar. El trabajo universitario se ha transformado en un trabajo acumulativo, pues lo que importa es el peso, la cantidad. Abruma contemplar la producción de quienes nos rodean, es inmensa, aunque sea la inmensidad propia del vacío, pues carece de consistencia, justamente la que proporciona la obra construida con sentido. Además, cabe considerar ese trabajo como adictivo en la medida en que no lo dirigimos, sino que nos controla. Si algo nos quedaba de razón, la terminamos agostando, como la plaga de langostas extermina las plantaciones de maíz. Se lee y trabaja de acuerdo con las exigencias plasmadas en las bases de los concursos, como lo haría un participante de un programa de entretenimiento.

Así pues, el trabajo universitario se ha convertido en un trabajo acumulativo, en el que el papel de la razón como razón discriminadora, selectiva, excluyente, en relación con las diferentes perspectivas que se nos presentan, se ha transformado en una razón meramente aditiva. Constituye una modificación de aquella razón instrumental en consonancia con los tiempos que corren. El número es lo que importa, la cantidad ha de estar por encima de cualquier otra cosa, como las patatas se vuelcan en su almacén, unas sobre otras, hasta que terminan asfixiándose y por asfixia, pudriéndose.

La Universidad se parece cada vez más a un enjambre en el que sus miembros se dedican a sobrevivir libando donde haga falta a fin de producir algo, sea lo que sea, que pueda después transformarse en el reconocimiento de quinquenios, sexenios, tramos y nuevos tramos, sexenios, etc., hasta que logremos alcanzar la Universidad del cansancio, una Universidad del agotamiento intelectual por inanición de la razón, que es lo que debería alimentarla. En definitiva, una Universidad que es un enjambre que ni produce mundo ni sentido, sólo ruido y confusión, especialmente la confusión del concepto, que es donde podríamos obtener conocimiento.

Autor del artículo: José Joaquín Jiménez Sánchez

Doctor en Derecho y profesor titular de Filosofía del Derecho, UGR. Socio fundador del Foro para la Concordia Civil.

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