El disparate de la política española
El uno de mayo de 1974 viajaba yo, con el entusiasmo propio de la juventud y espoleado por el deseo de ser testigo de la llamada “Revolución de los claveles”, por la carretera de Vila Real a Lisboa. Era una mañana gris que dejaba caer una fina lluvia primaveral. A mitad del camino me detuve en una solitaria y humilde venta para reponer energías. Antes, en el puesto fronterizo de Ayamonte, los funcionarios policiales españoles me habían advertido del riesgo que corría adentrándome en el país lusitano en el estallido de un golpe de Estado, de consecuencias insospechadas. Desprecié tales consideraciones. Mi meta era llegar a Lisboa.
Atendía la barra del lúgubre establecimiento una anciana vestida de negro y con pañuelo a la cabeza del mismo color. Mientras ella preparaba un enorme bocadillo de salchichón, preocupado como estaba por la situación en el país y en la capital, le pregunté qué noticias tenía del levantamiento militar y si la situación me permitiría llegar a Lisboa sin mayores problemas. Me contestó que carecía de información. La respuesta me pareció lógica.
Sin embargo añadió algo que se me quedó grabado y que me ha hecho relacionar la actual situación política española con la frase que me regaló la rústica lugareña mientras yo daba cuenta del consistente embutido entre el pan: “Veremos. Los regímenes políticos entran bien, pero nadie sabe cómo evolucionan, cómo acaban”. Hoy considero muy certero el juicio de la anciana alentejana, pues contiene un gran fondo de sabiduría.
La política española de nuestros días, la que ejercen y gestionan los líderes políticos y las diferentes formaciones en activo, ha sufrido, desde la implantación de la democracia, una evolución que bien puede considerarse, sin temor a la hipérbole, que camina hacia el desastre, inmersa ya en el disparate político.
Los primeros años de la instauración del sistema político de 1978 se han caracterizado por la preocupación de adoptar medidas sensatas, por el respeto al adversario, por el cumplimiento de la Constitución, de las decisiones judiciales, por la consideración de España como patrimonio de todos los españoles, la casa común de todos ellos, y algo muy importante: por luchar todos contra el enemigo común, el terrorismo, por la creación de empleo, por salvaguardar la economía, bien esencial colectivo, por ingresar en Europa de la mano de nuestros socios y aliados, y por competir con todas las demás naciones en justa lid.
Desde 1985, sin embargo, se han ido quedando por el camino trozos del Estado de Derecho, ese tan enfáticamente proclamado por nuestra Constitución. En ese año una reforma legislativa del Gobierno González entregó el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional (TC) a la voracidad de los partidos políticos. Consagró la partidización de estas altas instituciones del Estado. El hecho fue muy grave pues el TC es el intérprete supremo de la Constitución y el árbitro del juego político.
No deseo que el lector considere que escribo desde cierto alineamiento ideológico. Pero otro importante hecho político acaeció en la funesta etapa del socialista señor Rodríguez Zapatero que ha venido a dislocar otro importante pilar del Estado: su organización territorial, cuando prometió aceptar en las Cortes el ‘Estatut’ que se aprobara en Cataluña. De aquella insensatez deriva el agravamiento que hoy padecemos en materia de cohesión territorial del Estado. Todas las tuercas, tornillos y arandelas del Estado se han aflojado. Tenemos a la Comunidad autónoma de Cataluña en abierta sedición culminando la redacción de una Constitución propia sin mayores consecuencias.
Una profunda y terrible crisis económica desatada en 2008 ha provocado mucho sufrimiento a amplios sectores sociales de compatriotas. Entonces surgió un sorprendente fenómeno socio-político: el ‘15-M’, cuna de los movimientos y activistas antisistema como es el caso de ‘Podemos’ y sus otras marcas.
En las elecciones generales de 2011 los españoles enviaron a su casa al señor Zapatero y a su partido, encomendándole ampliamente el poder al Gobierno ‘popular’. La etapa del señor Rajoy (2011-2015), con mayoría absoluta, ha sido desaprovechada para llevar a cabo las muchas e importantes reformas -de todo tipo- que la Nación necesitaba. La discordia está tan presente en la vida política española que hemos de repetir las elecciones el 26-J.
Hoy marca la política ‘Podemos’, y sus confluencias, con sus propuestas desequilibradoras del Estado, de la política, de la economía. Activistas ideologizados gobiernan sólo para sus votantes: autodeterminación a voluntad, relajación del déficit público, aumento del salario mínimo, renta mínima garantizada, republicanismo, laicismo, anti-europeísmo, enseñanza única (pública), inmersión lingüística, memoria histórica, sectarismo… Y ahora se está cociendo un frente de extrema izquierda.
Como decía la anciana portuguesa, veremos cómo salimos de esta.