El discurso de un Rey constitucional
Todo ha sucedido tan rápido, en cuestión de horas, que apenas si somos conscientes de la trascendencia de los actos que hemos vivido.
Hemos asistido a una sucesión en la jefatura del Estado, y el extraordinario acontecimiento se ha desarrollado con normalidad constitucional y contenida pero elegante solemnidad.
Tenemos un nuevo jefe del Estado, que según la Constitución adopta el título de rey, y no es producto de ningún cataclismo político ni lo ha provocado. Pocas veces en la agitada historia de España se puede hacer la anterior afirmación.
La hoja de ruta de la monarquía de Felipe VI está contenida, a grandes rasgos, en su discurso pronunciado ante las Cortes Generales el pasado 19 de junio.
La alocución no ha desilusionado las expectativas. Ha sido un gran discurso en el que se ha sabido aunar la tradición y la mirada al futuro, pasando por los serios desafíos por los que atraviesa la convivencia entre los españoles. Asuntos como la economía, la sociedad, la juventud, la cohesión territorial, el empleo, la educación, el medio ambiente, la justicia, el recuerdo a las víctimas del terrorismo y a los que dieron su vida por defender los valores de nuestra civilización, el papel de España en el mundo y los proyectos que hay que alcanzar…, han sido referidos en una apretada lista de problemas vitales para el bienestar y la prosperidad de los españoles como europeos.
Con escrupuloso respeto a su difícil y estricto papel constitucional -en que el rey no gobierna sino que sólo escucha, aconseja y advierte-, Felipe VI ha puesto de manifiesto los problemas más graves que tiene planteados el pueblo español, no extraños, por otra parte, a cualquier otro país de nuestro entorno europeo.
Todos ellos podrán resolverse mediante la actividad política gubernamental, que es lo normal. Todos, incluido un grave mal que, de manera cíclica y persistente, ensombrece el panorama halagüeño que podría disfrutar España. Me refiero a la insaciable voracidad de los nacionalismos secesionistas, a su descarada deslealtad, a su desprecio a la común convivencia.
Es la única nota discordante y preocupante en estas históricas horas de emocionante reto.
El hecho secesionista es todavía más irracional, incomprensible e injustificado si se tienen en cuenta dos serias razones irrefutables.
La primera es que la secesión se quiere consumar en un Estado en el que rige el imperio de la ley, la libertad y la democracia.
Y la segunda razón es que los nacionalistas excluyentes que gobiernan en Cataluña y Vascongadas disfrutan de tan generoso y amplio autogobierno que les sitúa en el terreno de lo confederal. Nada ampara, pues, a este independentismo.
En estas circunstancias y por el bien de todos, deseemos suerte a Su Majestad Felipe VI para alcanzar las inmejorables metas que ha trazado en su excelente discurso. Pero la acción política y los medios para lograrlo pertenecen, en un sistema parlamentario democrático, al Gobierno y a los apoyos que pueda recibir o recabar.