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El ‘Aquarius’ nuestro de cada día

El problema del flujo migratorio hacia Europa es un problema crónico e importante. Un problema que recibe pocas ideas sensatas para una solución satisfactoria. Por el momento parece un problema irresoluble. La inmigración constituye un dolor de muelas para los gobernantes europeos y es motivo de alarma para la población europea.

También es un problema moral que sacude las conciencias de los europeos. Pero a éstos no se les puede culpar de su existencia. Nadie desea ver morir de hambre a nadie. Nadie quiere ver escenas de ahogados en el mar ni a niños abandonados a su suerte. Sin embargo, la solución no es acoger a todo aquel que quiera venir. La vida de los de aquí también se resiente.

Pedro Sánchez tuvo que tener bien presente estas reflexiones antes de recibir en el puerto de Valencia al primer ‘Aquarius’. Hasta el más torpe sabía que tras el primer ‘Aquarius’ vendría un segundo, un tercero… y así hasta un número indefinido. Las mafias que trafican con seres humanos han recibido con el ‘Aquarius’ el mensaje de que España es un puerto fácil, una especie de barra libre de acogida. Por tanto, Sánchez, con el primer ‘Aquarius’, ha cometido un formidable error nada más hacerse con el Gobierno de España, y no ha sido el único.

Con su gesto, tan mediático, de recibir al ‘Aquarius’ en el puerto valenciano, Pedro Sánchez ha incomodado además a sus socios y aliados de la Unión Europea. Ahí está la tensión con las autoridades italianas. Y la señora Merkel por su parte ha obligado a su homólogo español a readmitir a los inmigrantes hallados en suelo germánico que hayan entrado por España.

Por otra parte, algo me dice que estamos atravesando con Marruecos otra de esas crisis caprichosas y sordas con las que, de vez en cuando, nos obsequia el monarca alauita. Ese incesante chorro de pateras que llega a las costas españolas lo dice claramente. Y el cierre unilateral de la aduana entre el país magrebí y Melilla lo confirma totalmente.

Y es que la política no puede gestionarse con píos deseos, con sentimientos buenistas ni con gestos bienintencionados. La política es el mundo descarnado del poder y el ejercicio del poder obliga a tomar decisiones a veces no queridas ni deseadas, pero ineludibles y necesarias. Con razón quien ejerce el poder envejece prematuramente.

En lugar de fuegos de artificio, gobernar requiere hallar soluciones reales, ambiciosas y audaces. Tan audaces como la moción de censura que ha llevado a Sánchez a La Moncloa.

Esto lo saben hasta los linces de Doñana.

 

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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