Como en la muerte de Stalin

El dirigente Jósif ‘Stalin’ (1879-1953) gobernó tiránicamente, con mano de hierro, la URSS. Se labró una merecida y espeluznante fama de sanguinario dictador en las Repúblicas soviéticas pero también en el mundo entero. Y así ha pasado a la Historia.
Fue temido, también en los países de Occidente, por favorecer la expansión y robustecimiento del comunismo en las democracias europeas, recién salidas de la Segunda Guerra Mundial, en plena etapa de reconstrucción, así como en Estados Unidos, genuino opositor a sus garras.
No reproduciremos aquí los monstruosos hechos y acontecimientos de los que Stalin fue su dramático protagonista. Para ello ya están los historiadores que lo han juzgado como dictador y criminal; que usó de expeditivas y perversas artes para deshacerse de sus enemigos y/o sus camaradas ‘tibios’. O las amenazas que, en sus soflamas lanzó contra el llamado ‘mundo libre’, al que, desde su marco mental y político, quería extender su influjo para someterlo, imponiendo la doctrina del marxismo en su más pura formulación original (‘stalinismo’), acompañada de la más temible ‘praxis’ política, aquella de “o conmigo o contra mí”.
Con este retrato, forzosamente insuficiente y aproximativo, es comprensible que, tras morir Stalin el 6 de Marzo de 1953, la Humanidad respirara como quien se libera de un mal atroz. Con su desaparición, el azote, la amenaza a la libertad de Occidente, desaparecía, por lo menos físicamente.
Pues bien, la aborrecible figura política de Stalin ha venido a mi memoria con ocasión del inesperado anuncio hecho por el comunista español, Pablo Manuel Iglesias Turrión, de su retirada de la vida política activa o partidista. Está por ver que sea verdad, que se retira definitivamente, y tendrá que demostrar el líder podemita que no se conduce con la misma reversibilidad de los toreros, que, a veces, anuncian retirada y corte de coleta y, al cabo de un tiempo, reaparecen en las plazas taurinas en un segundo intento, efímero y de polémico éxito.
¿Por qué la retirada política de Pablo Manuel me trae a la mente lo que supuso la muerte de Stalin? ¿Qué paralelismo puede existir entre el gobernante soviético y el caudillo podemita de ideología y táctica afín? Salvando las diferencias de época, régimen político y responsabilidades, la anunciada retirada del exvicepresidente del Gobierno permite albergar, en el ánimo del ciudadano responsable, la esperanza de recuperación de un clima político más respirable, de un escenario más habitable, con menor crispación o polarización, y el alejamiento -ingenuidad aparte- de las amenazas, condenas e invectivas que Iglesias ha ido sembrando desde su aparición en la vida española.
No ha habido institución pública o privada, no ha existido persona física o clase social, que no se haya visto señalada, censurada y retratada en su diana de incendiario, de pirómano, a través de su revolucionario y disparatado discurso. Sin embargo no olvidemos en este punto que el responsable de llevar a Iglesias y Podemos a la mesa del Consejo de Ministros ha sido un tal Pedro Sánchez, del PSOE, faltando a su palabra de que jamás pactaría con el podemita.
Durante todo el tiempo que Iglesias ha usufructuado el alto cargo gubernamental que la facilona democracia española le ha regalado -por medio del susodicho socialista-, no ha transcurrido un día sin que la ácida verborrea del activista no haya provocado, innecesariamente, tensión en la política ni cuestionado la calidad de la democracia española (¡él, que adora las dictaduras!), el Estado de Derecho, las libertades, la separación de poderes, la independencia judicial, y defendido que la prensa debe controlarla el Gobierno. Tan demócrata como su modelo, Stalin.
En las últimas elecciones de Madrid, Iglesias se ha sentido como pez en el agua al basar su discurso de candidato en diatribas ideológicas contra la libertad; en centrar sus argumentos de campaña en una tensa y extemporánea dialéctica como si Madrid viviera en el 36 sitiado por fascistas. Iglesias ve fascismo en todo y en todos. Sufre una visión distorsionada de la realidad que le lleva al paroxismo político y a la consiguiente doble moral de ‘buen’ marxista: la riqueza burguesa es mi enemigo a batir, pero vivo como un burgués gentilhombre y disfruto de las comodidades de la misma sociedad libre que combato. ¿Incongruencia? ¿Hipocresía?
Sea como fuere, Iglesias, por el momento (y que siga así), con su aparente retirada (puede que estratégica) y corte de coleta ‘a lo Stalin’, con su silencio en los días que escribo estas líneas, ha propiciado una paz conventual que aporta, al teatro político español, calma, apaciguamiento y reducción de decibelios malsonantes.
Empero como donde hubo siempre queda, Iglesias (como la diplomacia: continuación de la guerra por otros medios) volverá a tensionar la vida política desde cualquier medio de difusión, y adoctrinará apasionadamente, como es su sino. La vena política de Iglesias tiene cuerda para rato. Al tiempo.