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Carta al futuro presidente del Gobierno

BUZON-CABEZA-DE-LEONRespetable presidente:
En primer lugar, permítame que le felicite por acceder al cargo. Ha tardado usted mucho tiempo en ser investido. Desde el 20 de diciembre del pasado año. Al fin lo ha conseguido, con no poca táctica y mucha ambición.

En segundo lugar, le pido que, como una de sus primeras decisiones, promueva usted las pertinentes reformas constitucionales y legislativas para que un próximo Gobierno de España se constituya en un plazo mucho más reducido y no en los muchos meses en que el sillón presidencial del titular ha estado vacante desde que el españolito de la calle introdujo su papeleta en la urna. La vida de un pueblo y de un Estado no puede estar sin un capitán al frente. Por ejemplo, Tsipras formó Gobierno el verano pasado en cuarenta y ocho horas gracias a su legislación. No todo es malo en Grecia.

Desconozco quién será el ungido. Ni su ideología. Pero, a estas alturas, todos los líderes presidenciables han hecho examen de conciencia y, algunos, propósito de la enmienda. Más o menos, a cualquiera de ellos se pueden dirigir estas líneas con las mismas recomendaciones y los mismos ruegos.

A la vista de la fragmentación tan plural del electorado, usted, señor presidente, sabe que nadie puede -ni debe- pretender la imposición unilateral de su particular programa electoral, pues amplios sectores de la sociedad, que son tan españoles como usted y, además, contribuyentes a la Hacienda común, resultarían contrariados y burlados en sus legítimas expectativas, y ello es grave en un sistema democrático, que respeta a la ciudadanía. Salir triunfante e investido para jefe del Gobierno no equivale a pasar la apisonadora por encima de los electores. No se lo aconsejo.

Por otra parte, debe atender, señor presidente, con esmerado cuidado y atención, a dos cosas absolutamente importantes para la buena salud de la colectividad. Una es la integridad territorial de España, valor en constante deterioro y fragilidad. Nadie niega ya, a la vista de los hechos consumados por sagaces y taimados separatistas, que la unidad de España, a día de hoy, padece fuertes desgarros. A nuestro Estado, señor presidente, le han aflojado las tuercas y renquea. Unos tienen la culpa por su malévola acción. Otros, por su pasividad y cobardía. Cuide usted lo que ha recibido de siglos.

La otra cuestión importante que usted debe tratar de manera esforzada e inteligente, con medidas que miren a satisfacer el bien común (el único política y moralmente admisible; nada de revanchismos ni de riesgos), es la economía, de la que vivimos todos y de la que depende nuestro bienestar y el buen funcionamiento de los servicios públicos.

Evite usted, señor presidente, practicar algo que, por desgracia, hoy se viene ejercitando de manera descarada e inconveniente por los partidos políticos, verdadera enfermedad del sistema: un partidismo feroz y sectario. Una sociedad moderna -como la española- no lo admite en las relaciones entre el poder público y los ciudadanos. La gran desafección de la ciudadanía hacia las instituciones públicas proviene, de una parte, de ver beneficiados a los conmilitones y, de otra, de comprobar el imperio de la corrupción. Sectarismo y corrupción son el cáncer de la democracia. Ambas cosas tiene usted que combatir.

No sea aventurero con la ‘res publica’. Sea prudente. No adopte medidas que puedan perjudicar a sus conciudadanos. Gobierne para todos. No juegue con las cosas de comer. Nadie tiene el monopolio de la solución de los ingentes problemas de nuestros días. Procure fomentar la unión, el pacto. Usted no tiene el monopolio de la verdad ni soluciones mágicas a la mano. Y, algo muy importante también: respete a sus adversarios. Muchas veces la verdad política la tiene su contrario. Promueva el encuentro y escúchele. La democracia, flor delicada, funciona mejor cuando se evitan conflictos y tensiones. La concordia es el camino. El entendimiento produce mejores y más beneficiosos efectos sociales. Una medida de gobierno adoptada con el concurso de varios se asume mejor que la impuesta por una sola voluntad.

Por último, señor presidente, sea humilde cuando ejerza el poder que el pueblo, única fuente del mismo, le ha confiado. Los triunfos que usted consiga en su mandato no son sólo suyos. Algo habrá aportado la ciudadanía con sus sacrificios y renuncias. En cambio, los errores, permítame que le diga que sí serán exclusivamente suyos. Sólo el mal gobernante se atribuye en exclusiva el mérito.

Finalmente, respetable presidente, no es buena política derogar por derogar. No caiga en las descalificaciones ni en los insultos. El estadista tiene, por el contrario, mucho de pedagogo.
Por el bien de todos, señor presidente, le deseo mucha suerte.

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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