Barbarie en nuestras calles

Lo que sucede los fines de semana y festivos en las calles y plazas de cualquier ciudad o pueblo de España es, realmente, preocupante, y traspasa la línea de lo razonable y tolerable.
Naturalmente estoy refiriéndome a ese fenómeno sociológico que nuestro imaginativo pueblo bautizó en la década de los ochenta con el nombre de “botellón”, nombre sonoro que hace referencia al tamaño del envase de las bebidas para consumir en la vía pública y así eludir el mayor costo en establecimientos comerciales.
El movimiento ‘botellonero’, en efecto, viene triunfando. Arrolladora y preocupantemente. Y en nuestros días ha cobrado mayor vigor si cabe tras los meses de aislamiento por la pandemia vírica.
El ‘botellón’, mejor ‘macrobotellón’, que se reproduce irremediablemente ciertos días de la semana, debe constituir motivo de preocupación para padres, gobernantes y educadores.
Al descontrolado consumo de alcohol -acompañado de otras drogas- que nuestra juventud tan tempranamente comienza a practicarlo; a la amplitud de individuos e individuas que se consagran a esta peligrosa actividad, hoy hay que sumar la creciente violencia, la agresividad, el ataque persistente y organizado a las fuerzas y cuerpos de seguridad y hasta las violaciones, el pillaje y daños que producen en tiendas, comercios e instalaciones, ocasionando cuantiosas pérdidas a sus dueños, a lo cual se une la actividad camuflada de bandas organizadas que, aprovechándose del tumulto, agreden, roban y extorsionan.
Creo que deben sonar ya todas las alarmas: sociales, terapéuticas, educacionales, psicológicas, judiciales e, incluso, de orden público, ante el desaforado fenómeno del botellón más otros factores como la inseguridad ciudadana, la vulneración de la tranquilidad vecinal, del derecho al descanso y el incumplimiento de la legislación y las ordenanzas municipales.
Con el ‘botellón’ no solo está en riesgo, y principalmente, la salud e integridad física y moral de los participantes en tan deplorable espectáculo, sino también se vulneran los derechos de quienes desean descansar, disfrutar del silencio, del esparcimiento, del paseo por las calles y plazas de su ciudad y que una masa casi enloquecida lo impide.
Ante este panorama, ¿qué hacer? Reconozcamos que buena parte de nuestra juventud está hoy abducida por este demencial consumo callejero de alcohol y drogas que genera broncas, lesiones y desórdenes públicos, como también el deterioro de la propia persona y su salud.
En mi opinión, nuestra juventud debe ser reorientada hacia actividades que enriquezcan su formación, y, por el contrario, debe ser alejada del dudoso deporte de ‘empinar el codo’.
A este paso, ciudadanos de hoy pueden ser alcohólicos mañana. Urge, pues, que padres, maestros, expertos y Administraciones públicas sumen sus esfuerzos para atajar este grave problema social que toma como rehenes a los jóvenes de nuestros días.