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Balance de una (cuasi) Legislatura

“Demasiadas cosas sucias y poco elegantes se hacen en nombre de la política” (R. Borja).

resizeLa XI Legislatura de la etapa instaurada por la Transición, que abarca de las elecciones del 20-D al decreto de una nueva convocatoria, poco más de cuatro meses, pasará a la Historia política de España como una triste y estéril Legislatura. No sólo ha sido brevísima, sino que, en esencia, no ha llegado a ser un verdadero escenario parlamentario, de ahí el título de esta tribuna.

Con su accidentado desarrollo, la XI Legislatura ha  demostrado que el pretendido fin del bipartidismo no ha traído bondades ni engendrado frutos políticos favorables para los ciudadanos, dada la profunda fragmentación  del cuerpo electoral español. Los dos grandes partidos, que han venido turnándose desde 1982, se han debilitado en  efecto, pero no hasta el punto deseado por los emergentes. Y éstos no han alcanzado el número suficiente de diputados para ser alternativa fácil de conformación de un Gobierno.

Si añadimos que el político español carece de experiencia para manejarse con soltura en esta nueva configuración y, sobre todo, que trata al ideológicamente diferente no como adversario sino como enemigo político, obrando de espaldas a la concordia, al consenso, y dejándose llevar por el más atroz y discriminatorio partidismo, llegaremos, sin duda, al cuadro en el que estamos: ausencia supina de acuerdos, de pactos, y anclados en la más pura desunión. La discordia es patente.

Sin embargo debemos ver en este simulacro parlamentario agotado algunos rasgos positivos, algunas enseñanzas que al ciudadano le pueden servir como libro-guía para la próxima cita electoral de Junio y orientar así su voto. El votante cuenta ya con algunas referencias, con algunos indicios de cómo respira cada fuerza política; cómo son sus respectivos líderes; qué capacidad tienen para el entendimiento; cómo han reaccionado ante determinadas situaciones y problemas; qué papel han representado en sede legislativa; qué han jurado o prometido; qué partido o partidos ofrecen a la población más estabilidad, seguridad y empleo; cómo quieren gastar el dinero público, y qué relaciones exteriores y geoestrategia política defienden para España en relación con la UE, la OTAN, con EE. UU. y la sociedad internacional.

El español de la calle ya está en situación de poder reflexionar qué fuerza política merece gobernar, qué programa le inspira confianza y qué talante posee su principal líder. Qué partido político le ofrece un conjunto de propuestas sensatas dominadas por la centralidad, por medidas políticas y económicas que generen estabilidad, equilibrio y no ocurrencias adolescentes que conduzcan al país y a la economía a la ruina. Y lo que es muy importante: un gobierno que no espante a los inversores.

Esta Legislatura de cuatro meses ha sido un tiempo que debemos considerar amortizado como una cata, una prueba, de cómo sería el gobierno político de triunfar ciertas políticas y ciertas formaciones. Ha sido un tiempo en el que hemos visto de todo: insultos, burdas descalificaciones, esperpénticas intervenciones, conductas contrarias a los buenos usos parlamentarios y partidos gamberros que inadecuadamente han trasladado a la sede de la representación de la soberanía lo más chabacano y vulgar de la calle. Nada que ver con el espíritu de la voluntad general.

Hemos visto la parsimonia e impotencia de algunos; la ambición personal y partidaria de otros. Hemos comprobado la personalidad totalitaria de quien encarna un populismo pseudoizquierdista, que abate la libertad, como lo ha demostrado con la prensa y otros medios.

Hemos asistido al tiempo de la desunión, de la discordia, del sectarismo. Hemos sido testigos de cómo se han trazado líneas y muros entre distintas facciones, contrariando así la esencia de la democracia, y no trabajando por la satisfacción del interés general. Hemos comprobado que la mediocridad intelectual y formativa está instalada, con carácter general, en nuestra vida política, para desgracia de los ciudadanos y asombro de foráneos.

Hoy las élites gobernantes llevan tiempo conduciendo al pueblo no a la felicidad, como sostenían con altruismo los pensadores de la Ilustración y el primer texto constitucional español (Artículo 13, Constitución de 1812), sino a la nada, al fracaso, al engaño, a la mentira con tal de sostenerse en el poder político y económico.

Pero el último servicio que esta pobre, tragicómica e increíble Legislatura ha prestado a la ciudadanía ha sido poner de manifiesto una grave carencia de la clase política española. Exactamente, no haber ejercido la Política con mayúscula.

En esta cuasi Legislatura ha brillado por su ausencia la política como el arte de lo posible, con su dimensión ética y estética. No ha habido ni lo uno ni lo otro, sino un  tacticismo vergonzoso para conseguir simplemente el poder.

Autor del artículo: José Torné-Dombidau Jiménez

Presidente y socio fundador del Foro para la Concordia Civil. Profesor Titular de Derecho Administrativo por la Universidad de Granada.

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