Amnesia
“Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”(Jorge Ruíz de Santayana y Borrás).

Esta palabra, de neta raíz griega, necesita introducirse en el debate público para intentar explicar qué está sucediendo en la actual y ajetreada vida política española. Fíjense si la situación es convulsa que en los últimos cuatro años los españoles hemos sido convocados tres veces a elecciones generales para conformar Gobierno y, en la actualidad, todo apunta a que podríamos volver a las urnas el próximo Noviembre. ¿Qué nos pasa?
En efecto, desde el desencadenamiento de la Gran Recesión de 2008 y la aparición del fenómeno social del 15-M, que alumbró un movimiento populista de extrema izquierda, la inestabilidad y la falta de seguridad jurídica se han instalado en el terreno político de España. Crisis económica de envergadura y reivindicaciones radicales y extremas que llegan a proponer recetas políticas y económicas que creíamos superadas, pertenecientes a nuestro pasado (reciente o menos), han determinado un nuevo tablero político que, desde el punto de vista sociológico, se caracteriza por una ya perceptible -y al parecer irrefrenable- polarización ideológica. He aquí un ejemplo de amnesia política.
Juristas, politólogos y sociólogos consideran una perversión del sistema político, poco recomendable para la vida del Estado, y contraproducente para la salud del cuerpo social, que se avance por ese camino, por esa senda, de la polarización. La tensión que se origina con ella no es buena. Somete a la colectividad a vaivenes y aceleraciones que pueden afectar seriamente a la paz social, pudiendo causar nocivas e inesperadas sacudidas cercanas a lo revolucionario.
Desde hace algún tiempo (concretamente el fenómeno rompe en 2015) los españoles no encontramos la luz que ilumine el sendero, ni el terreno común de entendimiento, ni siquiera el mínimo para cuajar un Gobierno que se ponga a trabajar en la defensa del interés general, fundamento de la democracia. El país está en espera, casi en colapso, y desorientado. En funciones, como el actual y “sui generis” Gobierno de Sánchez.
Esta polarización y pérdida del espíritu de la Transición (consenso, tolerancia, interés general y apartidismo) nos retrotrae a épocas pasadas de infeliz memoria. En concreto, la última polarización ideológica de la sociedad española condujo al desastre de 1936-1939 y a casi cuatro décadas de dictadura. ¿Lo hemos olvidado? Justamente para no repetir la Historia, se hizo la Transición a la Democracia, sobre la base de un pacto constitucional cuyo contenido y filosofía proclama que los españoles quieren vivir en paz, libertad y prosperidad. Hoy, según van diciendo algunas voces, no sería posible, por desgracia, alcanzar ese clima de hermandad, consenso y concordia que hizo factible -pacífica y sobradamente mayoritario- ese gran pacto del que surgió la buena Constitución de 1978. ¿Olvidamos esto?
El sectarismo, la ceguera partidaria y la partitocracia de nuestros días nos puede llevar a perder una nueva oportunidad histórica para avanzar, en paz y concordia, por el camino de la libertad, la justicia y el progreso. Dijo Aldous Huxley que “Quizá la más grande lección de la Historia es que nadie aprendió las lecciones de la Historia”. El primer mandatario contemporáneo que no aprendió, o no quiso aprender, la lección de la Historia fue José Luis Rodríguez Zapatero, quien, junto a algunos aciertos, pocos, en materia de derechos civiles, ha pasado a la Historia como el gobernante abiertamente tendencioso que inauguró y potenció una concreta política consistente en borrar el espíritu y la legitimidad de la Transición y, en su lugar, construir un relato, una historiografía de parte, elevando a categoría legal (Ley 52/ 2007) una supuesta memoria sobre la Segunda República, la Contienda civil y la Era de Franco.
En la actualidad, Pedro Sánchez, y su Gobierno de “estrellas” (faltan algunas, incursas en irregularidades), ha dado los pasos por el mal derrotero de las huellas de Zapatero. Sea como señuelo, sea como hallazgo de un nicho de votos, ahora explota el asunto de la tumba de Franco, el Valle de los Caídos y últimamente los títulos nobiliarios relacionados con el Régimen anterior. Muchos creímos que bajo este Estado social y democrático de Derecho, cada cual iba a dedicarse a lo suyo respetando a los demás, como exige la regla kantiana de la libertad civil, y que, en consecuencia, el Gobierno se dedicaría a dirigir a las Administraciones públicas para satisfacer, con objetividad, el interés colectivo. Pero compruebo con inquietud que otra vez en la Historia se hurgan innecesariamente en heridas que nos hacen retroceder en grados de convivencia.
Con los asuntos tan graves e importantes (“Brexit”, tensión USA-China, cambio climático, inmigración, seguridad, populismos, nacionalismos, pensiones, sistema educativo, reforma de la Administración de Justicia…) que el panorama político, económico y social contemporáneo pone ineludiblemente sobre la mesa de todos los Gobiernos del mundo y, en cambio, el Ejecutivo español dedicándose a “otras cosas”. Los españoles comienzan también a padecer amnesia política. Por ahí vamos mal.