Alarmante pasividad
He tenido buen cuidado en escoger las palabras que componen el título de esta tribuna de opinión para expresar con fidelidad el pensamiento del autor. La idea es esta: ante el cúmulo de problemas y desafíos que recaen sobre la convivencia de los españoles, se constata la alarmante pasividad de la sociedad. Esta desconcertante ciudadanía nuestra dormita en brazos de la pasividad.
En efecto. ‘Alarmante’ es lo que produce preocupación, temor o intranquilidad; ‘pasividad’ es una actitud opuesta al compromiso, a la acción constante, a la voluntad de involucrarse. Por tanto, denunciamos la pasmosa pasividad o falta de compromiso de la media de los españoles ante los problemas que acucian, y van a acuciar más, la vida política, social y económica de nuestro país. Parece obligado que quien detecte más acentuadamente esa preocupación la haga partícipe a sus conciudadanos.
Hace unos días me encontré en la prensa diaria con la carta de una compatriota que expresaba certeramente el clima político que respiramos estos calurosos días del verano del 2015. La misiva se titulaba “Preocupante división de los españoles” y en ella se hacía un completo repaso de los fenómenos que están enrareciendo el ambiente: “¿Qué les pasa a algunos españoles? Se rezuma odio, revanchismo; todavía hablan de la Guerra Civil que deberíamos tener todos en nuestra memoria no para utilizarla como arma arrojadiza sino como ejemplo de algo que no se debe repetir nunca. Se odia a ‘las derechas’, se insulta a la bandera de España, se habla de separatismo, se insulta a la Monarquía, a las instituciones, a los católicos… No puedo comprenderlo. […] La concordia se ha perdido”. Este es el retrato que hacía esta ciudadana con toda razón.
Pero por si no fuera bastante la lista de inconvenientes que dislocan nuestra actual hora política, tenemos convocadas -¡por un presidente y, a la vez, representante ordinario del Estado en la Comunidad autónoma (152.1 CE)!- unas elecciones a las que se les quiere dar un significado de plebiscito independentista. Mejor se diría secesionista. El reto planteado y encabezado por Artur Mas no tiene parangón ni precedente en ningún otro país europeo de similar ordenación político-constitucional. Lo característico es que Mas, y Junqueras, quieren llevar a cabo la ruptura con el Estado por las bravas, no ya contraviniendo el sentido común y con ausencia de toda justificación democrática sino con vulneración palmaria y patente de la legalidad en vigor. Se rompe, pues, con todos los principios esenciales y las reglas jurídicas y morales de la cultura occidental.
¿Y bien? ¿Cuál es la respuesta de la sociedad civil española a tamaño desafío (y tan burdo)? Por una parte, la respuesta del Gobierno está resultando tibia, lenta e insuficiente. Lo sabemos. Pero es mucho más criticable y alarmante el estado de anomia en que, en nuestra opinión, se encuentra la sociedad española. No reacciona. No dice nada, salvo ciertos editoriales periodísticos y algunos artículos de opinión a los que no se les hacen caso.
Sin embargo, la realidad constatable es que la sociedad civil no se hace presente ocupando las calles y plazas para expresar su oposición a la desintegración de España. Tampoco manifestando su afecto, y en muchos casos, su amor por los catalanes. La sociedad civil no hace oír su voz contraria a la secesión, contraria a la ruptura y al drama de la división de tantas familias, de tantas empresas, de tantos lazos seculares de todo tipo entre Cataluña y el resto de España. Esto es lo que sorprende con tristeza.
En cambio, en otras latitudes, con ocasión del referendum pactado sobre la independencia de Escocia (18.9.2014), tanto la reina Isabel II como el primer ministro Cameron, y el líder laborista Gordon Brown, sobre todo éste, dirigieron a los escoceses memorables discursos en los que no sólo se ofrecían soluciones políticas antes que llegar a la ruptura, sino que, y esto es lo más notable, añadían argumentos directamente dirigidos a los sentimientos de los escoceses, manifestándoles claramente que era mejor seguir juntos (“Better toghetter”) y que se les quería, que se les tenía afecto. La independencia se rechazó por el 55,3%, con una clara ventaja de once puntos sobre los partidarios.
Artur Mas nos ha metido a los españoles en el brete del 27-S en contra de toda norma, de todo razonamiento y sin acuerdo procedimental alguno, pues la materia es indisponible para el Gobierno del Estado. Lo que Mas quiere pertenece a todos los españoles.
Pero lo que aquí y ahora se echa en falta es una movilización urgente de la sociedad civil que exprese alto y fuerte que es mejor seguir juntos y que a los catalanes se les quiere.