¿A dónde te llevan, España?

Los países, como las personas, tienen buena o mala suerte. Si miramos nuestra historia colectiva, los españoles no hemos sido demasiado afortunados desde el punto de vista político, por lo general.
Nuestro reciente pasado, que viene de los años 30 del siglo XX, ha conocido casi todos los sobresaltos que los tratados de Ciencia política recogen.
Por eso fue trascendental y acertada la Transición a la democracia, porque los españoles logramos como pueblo, en un determinado momento, coincidir en concordia, altura de miras, ilusión y sensatez. Y así conseguimos los mejores frutos: libertades, derechos, progreso y confianza en el futuro.
Hoy, todo es distinto. Distinto y peor. El clima político se ha enrarecido. Se ha hecho turbio, tenso. Hemos enterrado el consenso y dilapidado la concordia. La polarización de nuestra vida política es notable.
Por otra parte, el crecimiento económico se ha detenido. Los datos de la economía son inquietantes, en tanto que el pueblo lucha por su subsistencia, tratando de ganar el pan de cada día.
Y es que, además del virus biológico que padecemos, y que tan terribles efectos está causando en la economía y en la sociedad, desde 2004 circulan por las arterias de la España política otros virus que envenenan a la clase dirigente, a los partidos y a los actores sociales, y hacen que se aparten del interés general.
Se trata de ciertas ideologías que se traducen en decisiones corrosivas para la vida colectiva, y cuyos perniciosos efectos se agravan en el caso español más que en otras latitudes.
Son nuestros pecados capitales, congénitos y, al parecer, irredimibles. Helos aquí: élites políticas irresponsables, carencia de cultura de lo público, del sentido de Estado, a lo que debemos añadir la intolerancia, el particularismo y el sectarismo.
A ese repertorio de maldades, en los últimos tiempos hay que sumar el populismo de extrema izquierda, con reminiscencias marxistas, que mesiánicamente predica, desde su púlpito gubernamental, un destructivo y perverso Iglesias Turrión, que hace verdadero el “pan para hoy y hambre para mañana”.
En efecto, se ha instalado en España la peor fórmula: un desgobierno bicéfalo, protagonizado por un sanchismo echado al monte en brazos de formaciones anticonstitucionales, enemigas de la Transición y de España; y un neomarxismo totalitario, el de Iglesias y los suyos, el apóstol de la vieja religión, el comunismo; el caudillo que, a la larga, conduce al pueblo a la ruina y a la desesperación.
Son patologías políticas que seducen pero que terminan en desastre social e institucional.
En momentos graves viene a la memoria la figura del alcalde de Móstoles, aquel que, en ausencia de las Autoridades de la Nación, gritó: “Españoles, la patria está en peligro. ¡Acudid a defenderla!”.